El mito del comercio y la ayuda

El comercio y la ayuda se han convertido en palabras de moda a nivel internacional. Una mayor asistencia (incluyendo la condonación de la deuda) y un mayor acceso a los mercados de los países ricos para los productos de los países pobres parecen estar en el primer lugar de la agenda global. En efecto, el debate hoy en día no es sobre qué hacer sino cuánto hacer y qué tan rápido.

En todo esto se pierden las claras lecciones de las últimas cinco décadas de desarrollo económico. Entre las más importantes destaca que el desarrollo económico está en gran medida en manos de las naciones pobres mismas. Los países que han tenido éxito en el pasado reciente lo han obtenido mediante su propio esfuerzo. La ayuda y el acceso a los mercado rara vez han desempeñado un papel crítico.

Consideremos un país que tiene acceso libre y preferencial a los mercados de su vecino más grande, que además es la economía más poderosa del mundo. Supongamos por otra parte que ese país puede enviar a millones de sus ciudadanos a trabajar del otro lado de la frontera, que recibe un volumen inmenso de inversión y que está totalmente integrado a las cadenas de producción internacionales. Además, al sistema bancario del país lo apoya la disposición demostrada por su vecino rico de servir como prestamista de último recurso. La globalización no puede ser mejor, ¿cierto?

Ahora consideremos un segundo país. Este se enfrenta a un embargo comercial en el mercado más grande del mundo, no recibe ayuda extranjera ni ningún tipo de asistencia de Occidente, está excluido de organizaciones internacionales como la OMC y se le impide pedir préstamos del FMI y del Banco Mundial. Por si esas desventajas externas no fueran suficientemente debilitadoras, esta economía también mantiene sus propios obstáculos elevados al comercio internacional (como comercio de Estado, aranceles de importación y restricciones cuantitativas).

Como el lector habrá adivinado, se trata de países reales: México y Vietnam. México comparte una frontera de 3,000 kilómetros con los Estados Unidos, lo que le da no sólo acceso privilegiado a los mercados laboral y de bienes, sino también la facilidad de recurrir a los fondos del Tesoro de los EU (como se demostró en la crisis del peso de 1995).

En contraste, Estados Unidos mantuvo un embargo comercial contra Vietnam hasta 1994, estableció relaciones diplomáticas hasta 1995 y durante años después de eso no dio trato de nación más favorecida a las importaciones de ese país. Vietnam sigue fuera de la OMC.

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Ahora consideremos su desempeño económico. Desde que se firmó el TLCAN en diciembre de 1992, la economía de México ha crecido a un ritmo promedio anual de apenas el 1% en términos per cápita. Esto no sólo está muy por debajo de las tasas de las superestrellas económicas de Asia; también es una fracción del propio crecimiento de México durante las décadas que antecedieron a la crisis de la deuda de 1982 (3.6% anual entre 1960 y 1981).

Sin embargo, Vietnam creció a un ritmo anual del 5.6 % per cápita entre el inicio de sus reformas económicas en 1988 y el establecimiento de relaciones diplomáticas con los EU en 1995, y desde entonces ha seguido creciendo a un ritmo acelerado del 4.5%. En Vietnam se dio una dramática disminución de la pobreza, mientras que en México los salarios reales cayeron. Ambos países experimentaron marcados aumentos en comercio internacional e inversión extranjera, pero la situación es completamente distinta en lo que más importa: elevar los niveles de vida, sobre todo los de los pobres.

Lo que estos ejemplos demuestran es que los esfuerzos internos triunfan sobre cualquier cosa para determinar la fortuna económica de un país. Todas las oportunidades que el mercado de los EU dio a México no pudieron contrarrestar las consecuencias de los errores de política interna, sobre todo la incapacidad de revertir la apreciación real del tipo de cambio del peso y de ampliar al resto de la economía las mejoras en la productividad alcanzadas en una gama limitada de actividades de exportación.

Lo que más importa es si un país adopta la estrategia de crecimiento correcta. Sin ninguna de las ventajas de México, Vietnam aplicó una estrategia concentrada en diversificar su economía y mejorar la capacidad productiva de sus proveedores internos.

Las experiencias más amplias de la posguerra apoyan la conclusión de que las políticas internas son lo más importante. Corea del Sur despegó a principios de la década de 1960, no cuando la ayuda externa estaba en su apogeo, sino cuando se estaba retirando gradualmente. Taiwán no recibió ayuda externa ni acceso preferencial a los mercados. China y la India, las dos superestrellas económicas de hoy, han prosperado en gran medida mediante esfuerzos sui generis de reforma.

Resulta tentador atribuir los raros éxitos africanos --Botswana y Mauricio-- a la demanda exterior por sus exportaciones (diamantes y vestidos, respectivamente), pero eso es sólo parte de la historia. Obviamente ambos países serían considerablemente más pobres sin acceso a los mercados extranjeros. Pero, como en otros casos de desarrollo exitoso, lo que los distingue no son las ventajas externas que poseen, sino su capacidad para explotarlas.

Véase lo que otros países han hecho con sus recursos naturales. La palabra "diamante" difícilmente evoca imágenes de paz y prosperidad en Sierra Leona. De manera similar, pocas de las zonas elaboradoras de exportaciones que proliferan en el mundo han alcanzado los resultados que se observan en Mauricio.

Nada de lo anterior absuelve a los países ricos de su responsabilidad de ayudar. Pueden hacer que el mundo sea menos acogedor para los dictadores corruptos --por ejemplo, compartiendo más información financiera y no reconociendo los contratos internacionales que firmen. También, aumentar el número de trabajadores de países pobres a los que se permite trabajar en países ricos y dar un mayor margen para las políticas orientadas al crecimiento mediante la relajación de las reglas de la OMC y las condiciones de los EU produciría un mayor impacto de desarrollo a largo plazo.

No es claro que ampliar el acceso a los mercados y aumentar la ayuda constituyan el uso más productivo de capital político valioso en el Norte. El desarrollo se debe concentrar no en el comercio y la ayuda sino en mejorar el ambiente de política en los países pobres.

https://prosyn.org/lK2xjdies