d26e5a0346f86f100fe1db01_pa2986c.jpg Paul Lachine

¿Las colas que sacuden al perro del Kremlin?

MOSCU – Imaginen un loco que intenta hacerse pasar por un barón ruso del siglo XIX. Se deja crecer patillas, usa una levita larga y lleva un bastón. Cualquiera que se tope con una figura así se burlaría y la imitaría. Ahora, supongamos que el mismo loco intentara tratar a los transeúntes como si fueran sus siervos. En ese caso, correría el riesgo de recibir una golpiza, aunque tal vez unos pocos mendigos complacerían sus fantasías con la esperanza de engañarlo y sacarle su dinero.

Algo parecido es lo que hoy caracteriza las relaciones entre Rusia y varias ex repúblicas soviéticas, ya que la doctrina de política exterior que guía al Kremlin de hoy es una mezcla descabellada de Realpolitik del siglo XIX y geopolítica de principios del siglo XX. Según esta visión, toda gran potencia necesita países satélites obedientes. Bajo una estrategia semejante, la expansión de la OTAN está representada como una extensión de la esfera de influencia de Estados Unidos, en detrimento de Rusia, por supuesto.  

Para compensar su creciente complejo de inferioridad, Rusia improvisó a toda prisa la Organización  del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO por su sigla en inglés) que, por su título y principios constitucionales, es una parodia de la OTAN. Por todo esto, el Kremlin no se siente incómodo en lo más mínimo por el hecho de que la CSTO sea esencialmente una conexión mecánica de acuerdos militares bilaterales entre Belarús, Armenia, Kazajstán, Kirguistán, Tajikistan, Uzbekistán y Rusia.

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