Los ganadores del gran impulso de la globalización de los años 1990 fueron los estados pequeños como Nueva Zelanda, Chile, Dubai, Finlandia, Irlanda, las Repúblicas Bálticas, Eslovenia y Eslovaquia. Los tigres del este asiático que presionaron para ubicarse en el centro de la escena de la economía mundial eran unidades pequeñas y, en algunos casos, como Singapur, Taiwán o Hong Kong, ni siquiera eran tratados como estados. Incluso Corea del Sur, que en comparación es un gigante, era solamente medio país.
Este tipo de estados son vulnerables y el pasado está sembrado de globalizadores pequeños y exitosos que fueron derrotados por la política del poder: las ciudades-estados italianas del Renacimiento, la República Holandesa o, en el siglo XX, el Líbano y Kuwait. Los estados pequeños frecuentemente se convirtieron en las víctimas de vecinos más grandes pero más pobres envidiosos de su éxito y ansiosos por apoderarse de sus activos, pero olvidando al mismo tiempo que un ataque de este tipo, en realidad, destruye la fuente de riqueza y dinamismo.
En el mundo de la globalización pura, a los estados pequeños les va mejor, porque son más flexibles y pueden adaptarse más fácilmente a los mercados de rápida evolución. Los estados pequeños tienen mejores resultados a la hora de ajustar las políticas públicas, liberar los mercados laborales, establecer un marco sólido para la competencia y facilitar las fusiones y adquisiciones internacionales.
Los ganadores del gran impulso de la globalización de los años 1990 fueron los estados pequeños como Nueva Zelanda, Chile, Dubai, Finlandia, Irlanda, las Repúblicas Bálticas, Eslovenia y Eslovaquia. Los tigres del este asiático que presionaron para ubicarse en el centro de la escena de la economía mundial eran unidades pequeñas y, en algunos casos, como Singapur, Taiwán o Hong Kong, ni siquiera eran tratados como estados. Incluso Corea del Sur, que en comparación es un gigante, era solamente medio país.
Este tipo de estados son vulnerables y el pasado está sembrado de globalizadores pequeños y exitosos que fueron derrotados por la política del poder: las ciudades-estados italianas del Renacimiento, la República Holandesa o, en el siglo XX, el Líbano y Kuwait. Los estados pequeños frecuentemente se convirtieron en las víctimas de vecinos más grandes pero más pobres envidiosos de su éxito y ansiosos por apoderarse de sus activos, pero olvidando al mismo tiempo que un ataque de este tipo, en realidad, destruye la fuente de riqueza y dinamismo.
En el mundo de la globalización pura, a los estados pequeños les va mejor, porque son más flexibles y pueden adaptarse más fácilmente a los mercados de rápida evolución. Los estados pequeños tienen mejores resultados a la hora de ajustar las políticas públicas, liberar los mercados laborales, establecer un marco sólido para la competencia y facilitar las fusiones y adquisiciones internacionales.