La vida amorosa de Potemkin de Vladimir Putin

MOSCÚ – ¿De Rusia con amor? No en la Rusia de Vladimir Putin. En los últimos días, Putin decidió reafirmar el matrimonio geopolítico por conveniencia entre Rusia y Siria al proceder a una venta de armas mortales al régimen de Bashar al-Assad, permitiéndole al ejército de Assad masacrar a sus opositores con mayor precisión y determinación. Putin luego decidió renegar de su propio matrimonio con Lyudmila Shkrebneva, con quien estuvo casado 29 años, anunciando el divorcio públicamente de la manera más humillante que pueda existir -su esposa estaba de pie a su lado- para una mujer rusa reservada.

Durante años persistieron los rumores sobre el fracaso del matrimonio de Putin. Se nombraba y se proclamaba a sus supuestas amantes; se dice que una de ellas ocupa una banca en la Duma (parlamento) como miembro del partido político de Putin, Rusia Unida. Pero, hasta ahora, siempre fue un tabú discutir la vida privada de Putin en público. De hecho, se sabe que algunos editores de periódicos perdieron su trabajo por publicar las más mínimas insinuaciones sobre la vida familiar de Putin.

En los últimos diez años, rara vez se los vio juntos a Vladimir y Lyudmila, de modo que circulaban muchos chismes en Moscú y San Petersburgo. Hace unos años, los medios sociales atizaron los rumores de que Putin, en realidad, estaba divorciado y se había vuelto a casar con la gimnasta Alina Kabaeva, que había dado a luz a su hijo. (Putin tiene dos hijas adultas, mellizas, con Lyudmila).

De modo que la aparición de la pareja, juntos, en una función de ballet en el Kremlin fue un acontecimiento único, y Putin le sacó todo el jugo posible. Un periodista, probablemente en connivencia con Putin, tuvo la insolencia de preguntarle por el estado de su matrimonio. Él dijo que se había terminado mientras que su esposa allí estaba presente, con cara de piedra, para confirmarlo, con un silencio que valió más que mil palabras.

¿Por qué hacer semejante anuncio público y montado? Después de todo, en la Rusia de Putin, el zar de los últimos días puede hacer lo que quiera, cuando quiera.

Una sugerencia es que Putin está intentando desviar la atención de su respaldo al gobierno de Siria y de la creciente represión de sus opositores domésticos (como lo demostró nuevamente la reciente huida de Rusia del prominente economista Sergei Guriev, tras un acoso policial). Si tiene una mujer a su lado con quien se lo vea regularmente en el futuro, a diferencia de lo que sucedía con Lyudmila, Putin ofrecerá una imagen más amable en el país y en el exterior.

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Si los rusos -particularmente las mujeres rusas del interior del país- creen que una nueva primera dama ejercerá una influencia empática y humanizadora sobre el hombre duro del Kremlin, pueden sentirse más inclinados a brindarle a Putin el beneficio de la duda. Esto podría resultar importante cuando inicie otra farsa de juicio -esta vez del activista anticorrupción Aleksei Navalny, a quien hoy se acusa de malversación de fondos-. Ahora bien, que una nueva mujer ayude o no a suavizar la percepción que tienen los extranjeros de la diplomacia cínica y del papel cada vez más brutal de Putin, es algo que está abierto a discusión.   

O, se dice, tal vez Putin planee utilizar las Olimpíadas de Invierno del año próximo en Sochi como un entorno grandioso para una propuesta de matrimonio -y quizás una boda- con su próxima candidata, posiblemente Kabaeva.

Otra sugerencia es que Putin, al igual que muchos rusos, tiene debilidad por todo lo que sea francés. Quiere demostrar que, al igual que los políticos más famosos de Francia, es un seductor sofisticado que puede "atraer" mujeres hermosas. Si el ex presidente francés Nicolas Sarkozy pudo divorciarse y volver a casarse con una modelo y cantante de fama mundial mientras estaba en el poder, un presidente ruso también puede hacerlo. Y Putin ya siguió algunos consejos de belleza de otro prominente donjuán de Europa occidental, el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi -el lifting facial que se hizo Putin en 2010 hizo que su rostro se viera tan terso como el de Berlusconi, tan amante del Botox.

Sin embargo, el machismo italiano, con sus zapatos lustrados y sus trajes brillosos, es diferente de su versión rusa más tosca. Y no hay garbo masculino europeo que pueda ocultar el bruto que Putin lleva adentro.

De hecho, un indicio de la apertura de un sistema político es si un líder se presenta o no en funciones públicas con su marido o mujer. Es una manifestación de modernidad e igualdad que hasta los líderes reservados de China y Corea del Norte parecen haber entendido últimamente. La institución de "primera dama" es una señal de que las democracias ven el poder como algo que hay que compartir -como hacen, digamos, Bill Clinton o Barack Obama-. Dictadores como Hitler, Stalin y Kim Il-sung, en su carácter de hombres de hierro del destino, deben mostrarse solos.

Cuando los bolcheviques reemplazaron a la monarquía opresora de Rusia con el comunismo en 1917, la "dictadura del proletariado" de Vladimir Lenin dejó espacio para que el líder no sólo tuviera una esposa, sino que le permitió a ella ejercer un papel público. Nadezhda Krupskaya, la primera primera dama soviética, llevó a cabo una función sufragista. Por el contrario, el suicidio en 1939 de la mujer de Stalin, Nadezhda Allilueva, profundizó el reino del terror en el país. La distensión de los años 1950 de Nikita Khrushchev permitió que su esposa, Nina, lo acompañara en los viajes al exterior, lo que presentaba una imagen íntima del comunismo con un rostro humano.

Sin embargo, con la caída de Khrushchev, las primeras damas soviéticas regresaron a la dacha. Leonid Brezhnev ocultó a su esposa, Viktoria, de la vista pública en toda la década de 1970 y a la mujer de Yuri Andropov, Tatyana Filipovna, prácticamente no se la conoció hasta el funeral de su marido en 1984.

Como sucede con todo lo demás en Rusia, el cambio en la condición de las mujeres se produjo con el inicio de la perestroika de Mijail Gorbachev. La mujer de Gorbachev, Raisa, dejó anonadado al país no sólo por aparecer en público, sino por ser elegante y expresar sus propias opiniones. El ascenso de Boris Yeltsin al poder en una Rusia independiente tuvo un revés parcial, con su esposa Naina vestida como campesina, que hacía apariciones públicas junto a él sólo cada tanto.

De la misma manera que Putin creó una democracia "controlada", los rusos ahora bien pueden aspirar a un matrimonio "controlado" en el Kremlin -un matrimonio que adule y suavice a su líder autoritario y cursi en su chochez.

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