pa922c.jpg Paul Lachine

El precio de la claridad

LONDRES – “A través de la argucia y la astucia de los corredores de bolsa se ha generado tal complicación de bribonería y fraude, tal misterio de iniquidad y tal jerga de términos ininteligibles como nunca se conoció en ninguna otra época o país”. El comentario de Jonathan Swift en el siglo XVIII resuena en el mundo actual de la “intermediación” financiera: hoy, como entonces, las finanzas envuelven  su “complicación de bribonería y fraude” en una “jerga ininteligible”. Como lo explicó el presidente Barack Obama en un discurso en abril: “Muchas prácticas eran tan opacas y complejas que muy pocos dentro de esas compañías –para no hablar de los responsables de la supervisión - eran plenamente conscientes de las apuestas colosales que se estaban haciendo”.

Ahora bien, ¿Swift estaba en lo cierto al considerar que la bribonería era el principal motivo de la ininteligibilidad? Obviamente, es un motivo muy fuerte, en la política no menos que en las finanzas. Cuanto menos entiende la gente sobre algo, más fácil resulta engañarla. Nunca faltaron los charlatanes: Donizetti escribió una ópera, L´Elisir D’Amore, sobre uno de estos charlatanes que promociona una poción para el amor con una labia disparatada. Pero la intención de engañar, o incluso de ganar dinero, no es necesariamente lo que ha motivado la explosión reciente de innovación financiera.

Consideremos la actual demanda civil de la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos contra Goldman Sachs. Fabrice Tourre, el joven prodigio de Goldman, está acusado de haber creado un valor complicado que estaba destinado al fracaso. ¿Su intención era engañar? ¿O fue el placer intelectual que obtuvo al crear un “monstruo Frankenstein” (como lo describía uno de sus correos electrónicos), sin importar las consecuencias?

https://prosyn.org/EWO2Uh2es