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El efecto Obama

LONDRES – En los últimos dos meses, he visitado ocho ciudades norteamericanas -Boston, Nueva York, Washington, Houston, Chicago, Los Angeles, San Francisco y Seattle-. ¡Uf! Son varias cosas las que siento.

En primer lugar, si usted tiene que viajar de una ciudad a otra en Estados Unidos, hágase el favor de encontrar la manera de hacerlo en tren. Las aerolíneas norteamericanas son bastante desagradables. Tienen suerte de que la hostilidad a la competencia en lo que pretende ser la tierra del capitalismo de libre mercado haya mantenido a las aerolíneas asiáticas fuera del mercado doméstico. ¿Saben quienes viajan en aerolíneas norteamericanas lo malo que realmente es el servicio que reciben?

Los aeropuertos norteamericanos son tan espantosos como los británicos, tal vez peores. Los Angeles merece el Oscar, con filas al estilo soviético para pasar por seguridad. ¿Cómo es que Estados Unidos nos da la genialidad de Silicon Valley y la infraestructura del Tercer Mundo?

Sin embargo, a pesar de lo miserables que son los viajes aéreos en Estados Unidos, cuando llegamos a la ciudad de destino, puede volarnos la cabeza. La arquitectura junto al lago de Chicago. La vista de Puget Sound en Seattle (una de mis ciudades favoritas). La vista de la bahía de San Francisco desde Nob Hill. Park Avenue en Nueva York en una delicada mañana de fines de primavera. Todas son, para tomar prestada una frase de Frank Sinatra, ampquot;mi tipo de ciudadampquot;.

Lo que le resulta sorprendente a un europeo -al menos a este europeo- en este momento es el relativo optimismo de todas estas ciudades. Sí, las noticias económicas han sido y siguen siendo lúgubres. Gran parte de la industria automovilística está en quiebra. Las concesionarias de autos están cerrando. Los precios de las casas siguen bastante deprimidos. El desempleo y el déficit presupuestario están escalando. Pero no existe la misma sensación de desesperanza que lo envuelve a uno en Gran Bretaña y gran parte de Europa.

Supongo que gran parte de esto es el resultado de la efervescencia tradicional norteamericana: la visión de que lo que cae tarde o temprano va a rebotar. Esa es una de las razones por las que Estados Unidos ha representado una cuarta parte o más de la producción mundial durante buena parte de 150 años.

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Pero existe otro factor en juego.

Muchas veces hablamos -un buen punto marxista- del impacto de la economía en la política. Y lo hemos visto recientemente en Gran Bretaña. Cae la economía y cae la posición del gobierno laborista.

El gobierno laborista de Gran Bretaña es todo lo impopular que se puede ser. Tuvo un desempeño desastroso en las elecciones recientes para consejos locales y el parlamento europeo. El primer ministro Gordon Brown se sostiene en el cargo principalmente por el cálculo de sus ministros de que deshacerse de él provocaría una elección anticipada que perderían por un amplio margen.

Ahora bien, ¿qué pasa con el impacto de la política en la economía? Eso es lo que creo que se puede percibir hoy en Estados Unidos. La economía quizá parezca estar en ruinas, pero al presidente se lo ve muy bien. A pesar de los esfuerzos ubicuos de Fox News, el presidente Barack Obama domina, cautiva y entusiasma a la audiencia de votantes norteamericanos -consumidores, trabajadores, inversores, todos sin excepción-. El es, como lo llama un analista norteamericano, El Único.

Obama parece tener todos los talentos políticos, y también pasa la prueba de la personalidad. Es más, su esposa es una estrella por derecho propio. Basta sintonizar cualquier canal de televisión y allí están ellos: glamorosos, decentes e inteligentes. De manera que, mientras las cifras económicas pueden verse malas, el liderazgo político del país se ve de maravillas. Y si uno es norteamericano, observa otros países en todo el mundo (especialmente en Europa) donde la gente dice: ampquot;Si tan sólo fuera nuestroampquot;.

Yo también soy un admirador: un admirador con dos preocupaciones. Primero, ¿qué pasa si la política no vence a la economía y si las políticas de Obama no empiezan a generar una recuperación? Ahí es cuando el viejo cálculo político puede cobrarse sus víctimas. Si no existe ninguna señal de recuperación económica para fin de año, las encuestas pueden empezar a cambiar. Obama es lo suficientemente inteligente como para entenderlo.

¿Por qué entonces -mi segunda preocupación- carga con tanto peso sobre sus hombros? Cada día, en cada informe de noticias, está ahí columpiándose. Él podría decir que tiene que hacerlo. Existen tantas cuestiones, desde la reforma del sistema de salud hasta Oriente Medio, que necesitan su atención. Sólo me preocupa el factor tedio. Si uno asume que gobernar es como hacer campaña -que hay que estar en la cúspide del debate las 24 horas del día, los siete días de la semana-, ¿se puede realmente anticipar una larga vida útil? ¿No corre uno el riesgo de volverse, aunque sea inteligente como el demonio, algo excesivamente bueno?

Espero equivocarme. Barack Obama es una estrella. El mundo necesita una estrella. Pero necesita una estrella que siga brillando intensamente durante varios años por venir.

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