8f1a9d0346f86fd413d99726_dr2445c.jpg Dean Rohrer

El crisol nigeriano

LAGOS – El Presidente de Nigeria, Goodluck Jonathan, que fue elegido hace sólo ocho meses, ya está inmerso en un mar de problemas. El 1 de enero, las celebraciones del Año Nuevo quedaron abruptamente interrumpidas cuando los nigerianos se enteraron, al despertar, de que se había suprimido la subvención estatal de la gasolina. Los pobres del país se apresuraron a salir a las calles, ya irritados porque su corrupto e incompetente Gobierno ha sido incapaz de reparar las refinerías de propiedad estatal, lo que ha obligado al mayor productor de petróleo de África a importar productos del petróleo.

Para los nigerianos de a pie, la subvención del combustible era la única ventaja que obtenían de los petrodólares que se vierten en el tesoro nacional. De repente,. los políticos, los funcionarios y sus compinches estaban malversando incluso el importe de esa prestación.

Lo que comenzó como protestas esporádicas no tardó en alcanzar las proporciones de una exhibición de poder del pueblo en Abuja (la capital de la nación), Lagos (la capital comercial) y Kano (la ciudad septentrional más populosa), encabezado por las organizaciones de la sociedad civil Joint Action Front y Save Nigeria Group. Otras ciudades pequeñas y grandes se unieron también a las protestas y Abdulwaheed Omar, Presidente del Congreso del Trabajo de Nigeria, pidió a los trabajadores de todo el país que hicieran huelga hasta que el Gobierno rescindiera su decisión de suprimir la subvención. Millones de ellos así lo hicieron, con lo que paralizaron la economía.

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