Las repercusiones positivas del Iraq

La de conciliar la moral con la organización de una sociedad -en otras palabras: la ética con la política- es una de las más antiguas ambiciones de la Humanidad. Hammurabi, Ramsés II, Solón, Confucio y Pericles fueron algunas de las primeras grandes figuras que se lanzaron a esa empresa. La aparición del Estado-nación en el siglo XVIII y el extremo nivel de barbarismo alcanzado en el siglo XX pueden haber dado la impresión de que el de una política ética era un sueño irrealizable o cada vez más distante, al alejarse en el futuro.

Y, sin embargo, pese a la rivalidad de las naciones y los horrores de la guerra moderna, la democracia se está extendiendo. De hecho, en tan sólo medio siglo los latinoamericanos se liberaron de todas las dictaduras militares y civiles de ese continente y África ha eliminado más de la mitad de los déspotas que han asolado su época de independencia.

En comparación con todos los demás regímenes políticos conocidos por la Humanidad, la democracia representa un progreso ético doble: en primer lugar, porque se basa en el respeto de los derechos humanos y, en segundo lugar, porque el sufragio universal que la democracia moderna entraña prohíbe la desatención o la opresión de las minorías.

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