El pez que encogió

Hace mil años, los colonos nórdicos de la ciudad de York, en la que vivo, comían bacalaos que llegaban a pesar ocho kilos. Lo sabemos por los arqueólogos y la fascinación que sienten por los vertederos medievales de basuras, pero hoy sería afortunado quien encontrara un bacalao que pesara más de dos kilos. ¿Qué hemos hecho a nuestras poblaciones de peces para provocar cambios como éste? ¿Y tiene importancia?

La política de pesca está concebida para permitir que crezcan los peces pequeños. Se debe a la razón más importante: los peces capturados cuando son demasiado pequeños rinden poco. Además, esos peces no han tenido tiempo de reproducirse, lo que socava la población de peces totalmente. Por ejemplo, la intención manifiesta de la Política Común de Pesca de la UE es la de "proteger los recursos pesqueros regulando la cantidad de peces capturados en el mar, permitiendo a los peces jóvenes reproducirse y velando por la observancia de las medidas".

Sin embargo, en el estado actual hemos reducido con la pesca nuestras poblaciones de peces hasta el extremo de que quedan pocos especímenes grandes y viejos. Para entenderlo, veamos el caso del bacalao del mar del Norte. Supongamos que comencemos con diez mil especímenes de un año de edad. Si sólo hay mortalidad natural, unos mil de esos especímenes sobreviven hasta la edad de ocho años. Un nivel moderado de mortalidad por pesca reduce el número de supervivientes a unos cien especímenes, pero los niveles de mortalidad por pesca que hemos estado aplicando en los veinte últimos años reducen el número de supervivientes a tres, aproximadamente.

La mortalidad actúa acumulativamente, por lo que, dada la forma como gestionamos la pesca, pocos especímenes sobreviven para llegar a ser grandes y viejos. Ahora bien, se cree que, si se le permite depender de sus propios recursos, el bacalao vive al menos treinta años. El hecho de que peces como el bacalao tengan ahora muchas más probabilidades de morir a manos de los pescadores que por todas las demás razones juntas, una vez que entran en las pesquerías, constituye un testimonio de la gran eficiencia con que explotamos los recursos marinos vivos.

La falta de especímenes grandes y viejos de bacalao y otras especies de peces resulta preocupante desde el punto de vista de la salud a corto plazo de la población de peces, además del de su salud genética a largo plazo. La cuestión del corto plazo afecta a la producción de huevos, que en muchos peces es proporcional al tamaño del cuerpo: los especímenes grandes contribuyen mucho más a las generaciones futuras que los pequeños. De hecho, los primeros intentos de desovar pueden resultar relativamente infructuosos, por lo que una política de pesca que en su mayor parte dependa sólo de los especímenes que desoven por primera vez (situación a la que nos estamos acercando ahora) puede ser particularmente inadecuada.

La política es también sospechosa porque se sabe perfectamente que el éxito del desove varía de un año para otro. Un mal año de reclutamiento en una población de peces reducida por la pesca significa la pérdida tanto de la nueva cohorte como de la mayoría de los desovadores, pues se capturan estos últimos antes de que puedan desovar de nuevo. En cambio, una población con menor mortalidad de los especímenes grandes mantiene al menos una reserva adecuada de especímenes grandes como desovadores el año siguiente.

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Lo que preocupa a largo plazo es que se pretende que la pesca sea selectiva; el objetivo de los pescadores es el de capturar las especies más rentables y los tamaños más rentables de ellas. Como todas las demás formas de vida, cuando se les aplica una selección direccional, las poblaciones de peces cambian genéticamente. El efecto de la reducción por la pesca es el de conceder ventaja a los genes que causan un crecimiento lento, pero una llegada más temprana a la vida adulta.

De hecho, existen testimonios de muchas pesquerías de que se está produciendo una maduración más temprana; esos cambios se producen con rapidez suficiente para que se los detecte a lo largo de los decenios. Por ejemplo, a comienzos del siglo XX, no se encontraba un bacalao maduro en el mar del Norte de menos de unos 50 centímetros de largo, mientras que en el decenio de 1980 podía haber bacalaos maduros de tan sólo 15 centímetros. Así, pues, hay muchas relaciones sexuales de menores de edad ahí, en el mar. Si conserváramos nuestros peces grandes y viejos, invertiríamos la selección para la maduración temprana, al tiempo que seleccionaríamos para un crecimiento más rápido mediante las clases de tamaño más vulnerables ante la pesca.

Los cambios genéticos que estamos provocando en nuestras poblaciones de peces están pasando en gran medida inadvertidos. Aun así, el principio de precaución nos impone cierta obligación de transmitir los recursos vivos del mundo marino de modo que las futuras generaciones puedan utilizarlos tanto como nosotros.

Para superar los problemas ecológicos y evolutivos provocados por la práctica actual, se necesita una concepción radicalmente nueva de la gestión de la pesca. Si se pudiera hacer, aunque sólo fuese, un cambio en la mentalidad predominante, debería ser el de comprender que, en el caso de peces como el bacalao, lo grande es hermoso. Reconstruir nuestro planteamiento de la gestión de la pesca con medidas que aumenten la supervivencia de especímenes grandes y viejos sería positivo para la salud de nuestras poblaciones de peces a corto plazo y nuestros descendientes lo agradecerían.

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