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La crisis financiera un año después

NUEVA YORK – Ahora hace casi un año desde que la economía mundial se tambaleó al borde de la catástrofe. En el lapso de tres días, del 15 al 17 de septiembre de 2008, Lehman Brothers se declaró en quiebra, el Gobierno de los Estados Unidos tuvo que hacerse cargo de la enorme compañía de seguros AIG y el debilitado icono de Wall Street, Merril Lynch, fue absorbido por el Banco de América con un acuerdo intermediado y financiado por el Gobierno de los EE.UU. A continuación se produjo el pánico y el crédito dejó de circular. Las empresas no financieras no conseguían capital de explotación y mucho menos aún financiación para inversiones a largo plazo. Una depresión parecía posible.

Hoy la tormenta ha amainado. Meses de adopción de medidas de emergencia por los principales bancos centrales impidieron  la quiebra de los mercados financieros. Cuando los bancos dejaron de facilitar liquidez a corto plazo a otros bancos y a empresas industriales, los bancos centrales colmaron esa laguna. A consecuencia de ello, las mayores economías se libraron de un colapso del crédito y de la producción. La sensación de pánico se disipó. Los bancos están prestándose de nuevo.

Aunque se evitó lo peor, persiste mucho sufrimiento. La crisis culminó en un desplome de los precios de los activos al final de 2008. Las familias de clase media y adineradas de todo el mundo se sintieron más pobres y, por tanto, redujeron sus gastos radicalmente. Unos precios del petróleo y de los alimentos por las nubes contribuyeron al sufrimiento y, por tanto, a la contracción. Las empresas no podían vender su producción, lo que provocó reducciones de la producción y despidos. El aumento del desempleo agravó la pérdida de riqueza de las familias, lo que las colocó en una situación económicamente muy peligrosa y propició más reducciones del gasto de consumo.

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