Los efectos de la guerra de Irak sobre el medio ambiente

Además de los daños a la infraestructura y la muerte y el sufrimiento de los civiles, a lo que alude el cínico término "daño colateral", todas las guerras tienen efectos sobre el medio ambiente. La amplitud del daño ambiental depende de la duración de la guerra, las armas utilizadas y el tipo de terreno y los ecosistemas en los que se desarrolla.

El efecto final sobre el medio ambiente de la guerra de Irak sólo se podrá saber después de que termine el conflicto y se puedan hacer análisis completos en terreno y la información privilegiada se haga pública. Pero en base a mis experiencias de 1991, cuando encabecé un equipo de la ONU que estudió los efectos medioambientales de la primera Guerra del Golfo, es posible hacer varias observaciones iniciales.

Algunos describieron las tormentas de arena en el Irak sud-central de la primera semana de la guerra como algo "enviado por Alá contra los agresores". De hecho, las tropas estadounidenses y británicas no tienen a nadie a quien culpar por esto, excepto a sí mismas. Uno de los efectos notados durante y después de la primera Guerra del Golfo fue un aumento de las dunas de arena. Esto se debe a que el desierto en la región normalmente tiene una capa exterior dura o costra, lo que los árabes llaman "la piel del desierto", compuesta de arena y partículas de arcilla que han sido cocidas, o sinterizadas, por el calor y el sol.

Algunas veces esta capa es suficientemente fuerte como para soportar a una persona y a veces no, de modo muy semejante a la capa de hielo duro que aparece sobre la nieve en climas más fríos. Bajo la capa, las partículas de arena están sueltas. Aplastada por las orugas y ruedas de los vehículos militares, las explosiones de las bombas y las minas y la excavación de trincheras y murallas, la costra del desierto se rompe y las finas partículas de arena bajo ella quedan expuestas al viento.

En la primera Guerra del Golfo, esto causó dunas de arena "rodantes", algunas veces de diez metros de alto y varios kilómetros de largo, que cubrieron caminos y edificios. Las partículas más finas pasaron al aire y causaron problemas ambientales y de salud en el noreste de Arabia Saudí, Kuwait y el sudoeste de Irak. Fueron necesarios entre cinco y diez años para que este efecto amainara.

La inusual intensidad de las tormentas de arena de Irak es, con toda probabilidad, resultado del mismo proceso. Pero es muy posible que las consecuencias de la mayor movilidad de la arena sean mucho peores de lo que fueron en Irak, en donde al no haber una presencia significativa de cultivos agrícolas y bosques, el impacto fue principalmente sobre los sistemas técnicos y la infraestructura. En Irak, un sector agrícola de gran tamaño se ha desarrollado en tierras bastante marginales, donde los agricultores luchan una permanente batalla contra el avance de las sales y enfrentan una grave escasez de agua. A menudo, la arena desplazada inclina la balanza hacia la no sustentabilidad, amenazando la supervivencia de distritos enteros.

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Otro problema serio es el uso de sustancias que destruyen la capa de ozono, como los halones y freones. Los tanques de combustible de los aviones de combate tienen retardantes del fuego halogenados que causan un importante daño a la capa de ozono atmosférico. Se estima que en la guerra de Irak han despegado entre 60.000 y 80.000 misiones de combate aéreo, lanzando a la atmósfera cerca de 2.000 toneladas de halones que destruyen el ozono. Los cazabombarderos fantasma, mientras tanto, usan aditivos de freón para el combustible, con el fin de reducir la cantidad de emisión de partículas que, de otro modo, podrían ser detectadas por los sensores enemigos.

Después de acuerdos internacionales como el Protocolo de Montreal sobre la Protección de la Capa de Ozono, en la vida civil se han reducido sustancialmente las emisiones globales de sustancias que destruyen el ozono. Las emisiones de la guerra de Irak, por tanto, pueden equivaler a lo que el mundo civil emite en tres meses.

Los campos petroleros ardiendo fueron una imagen vívida (y parte importante) del daño ambiental causado por la primera Guerra del Golfo. Los seis o siete campos iraquíes que en la actualidad se encuentran en llamas son poco en comparación con los seiscientos que ardieron en Kuwait. El humo sobre Bagdad provino principalmente del petróleo que se quemó deliberadamente en zanjas y trincheras para dificultar el ataque aéreo a posibles blancos. Estas emisiones fueron insignificantes desde un punto de vista global o regional, pero las partículas saturadas de petróleo probablemente tendrán efectos adversos sobre la salud de los habitantes y combatientes locales. Estos efectos podrían ser aún peores por la adición de metales al petróleo con el fin de confundir los sistemas guía de las bombas.

Durante la guerra de Kuwait los iraquíes bombearon grandes cantidades de petróleo hacia el Golfo Pérsico, causando el mayor derrame petrolero del mundo hasta la fecha, cerca de cincuenta veces la cantidad volcada en el otoño pasado al mar por el barco "Prestige" en las costas españolas. Nada parecido ocurrió esta vez. De manera similar, los bombardeos a gran escala a las industrias, plantas de energía e infraestructura iraquíes en 1991 generaron importantes derrames de sustancias químicas a los ríos Tigris y Éufrates. En esta guerra no se ha sabido de nada a una escala semejante.

En la primera Guerra del Golfo también se descubrió que los tanques y artillería iraquíes, construidos por los soviéticos, contenían PCB (bifenilos policlorados) en sus sistemas hidráulicos, por la misma razón que los aviones de combate utilizan halones. Al ser destruidos estos vehículos, como ocurrió en el camino al norte de Kuwait City, los PCB se filtraron hacia el suelo. La amplitud de la destrucción de tanques iraquíes durante esta guerra aún no se hace pública, pero se puede esperar el mismo tipo de contaminación del suelo.

Finalmente, la mayor parte de las municiones usadas en las guerras está formada por compuestos de nitrógeno. Exploten o no, estos compuestos dañan el medio ambiente y representan riesgos tanto para los ecosistemas como para la salud humana.

Estas consideraciones iniciales cubren sólo una pequeña gama de los efectos ambientales que se pueden concebir a partir de la guerra de Irak. La destrucción de las instalaciones sanitarias y de tratamiento de aguas, el uso de uranio empobrecido en misiles antitanques y la contaminación del agua superficial bien pueden conducir a una serie de otros problemas.

Por ahora, lo limitado de la información hace que sea imposible hacer una evaluación precisa. Sin embargo, sea cual sea la administración que gobierne a Irak en el futuro, debe estar preparada para hacer frente a la deuda ambiental (el costo de restaurar lo que hay que restaurar), que será una carga bastante pesada en los años venideros.

https://prosyn.org/1Z4a8Does