¿El fin del secularismo?

Cuando se celebraba el fin de la ideología –primero en los años 50 y luego, más enfáticamente aún, en los años 90-, nadie previó que la religión, el flagelo de la política en la primera mitad del siglo XX, volvería a desempeñar ese rol con venganza. Daniel Bell y Raymond Aron escribieron sobre el fin de la ideología fascista y comunista con la esperanza de que entraríamos en una era de pragmatismo en la que la política sería objeto de discusión y debate, no de creencia y de opiniones absolutas. Había llegado a prevalecer el enfoque que tenía Karl Popper de la política, en el que primaba la razón y el discurso crítico. Y, después de la caída del comunismo, cuando el fin de la historia parecía cercano, se pensó que la política ideológica había desaparecido para siempre.

Sin embargo, la historia no termina y siempre está llena de sorpresas. El fin de la historia de Francis Fukuyama y El choque de civilizaciones de Samuel Huntington aparecieron apenas con tres años de diferencia en los años 90 y una década más tarde el retorno de la religión a la política es visible para que todos lo veamos –y muchos lo padezcan.

Esos libros no son meramente un discurso académico, sino que reflejan los acontecimientos reales. Para cuando las falsas religiones de las ideologías totalitarias habían sido derrotadas, las religiones reales –así parecía- se habían alejado de la escena política. En algunos países, la lealtad formal a la fe religiosa estaba simbolizada en gestos y ritos. Sin embargo, nadie le daba demasiada importancia a que los presidentes norteamericanos de diferentes credos prestaran juramento ante Dios y el país. En Westminster, cada sesión parlamentaria comienza con oraciones cristianas presididas por personas que pueden ser cristianas o judías o no creyentes. No todas las democracias fueron tan estrictas como Francia en su secularismo formal, pero todas eran seculares: la ley es fruto del pueblo soberano y no de algún ser o entidad sobrehumanos.

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