El camino que el Banco Central Europeo no ha tomado

Está claro ahora que el Banco Central Europeo (BCE) considera que los tasas de interés más altos son la respuesta adecuada a los crecientes precios del petróleo. Como resultado, el BCE se arriesga a acorralarse a sí mismo, puesto que la lógica detrás del incremento de las tasas de interés de esta semana implica que vendrán más incrementos -una serie de errores políticos que serán muy costosos para las economías de la eurozona.

A pesar de los argumentos en contrario, ningún banco central, incluyendo el BCE puede centrarse solamente en la inflación e ignorar lo que sucede con la actividad económica. Supongamos por el momento que la estabilidad de los precios se logra a costa de una tasa de desempleo del 30%. Ciertamente, nadie querría eso.

Los defensores del BCE dirían que ese resultado es meramente hipotético -e irrelevante- porque no hay conflicto entre estabilizar la inflación y mantener un nivel apropiado de actividad económica. De acuerdo con este punto de vista, la estabilidad de los precios reduce la incertidumbre y esto permite a las empresas y a los individuos tomar las decisones correctas, por lo que es buena y no mala para la actividad económica.

Este argumento es cierto la mayoría de las veces. Pero cuando una economía se enfrenta a una sacudida adversa importante, como un incremento abrupto en los precios del petróleo, los objetivos gemelos de estabilizar la inflación y de mantener la actividad económica entran en conflicto, y el trabajo del banco central se hace más difícil.

Pensemos qué significa la estabilización de la inflación en ese contexto. Lo más probable es que las empresas trasladen el aumento de los costos de la energía a los consumidores a través de un incremento en sus precios. En respuesta, es probable que los obreros reclamen salarios nominales más altos. Si el banco central quiere evitar una espiral inflacionaria, se debe asegurar de que la "primera ronda" de efectos de los precios más altos de los energéticos sobre la inflación no alimente una "segunda ronda".

En un ambiente donde el aumento de la productividad y el crecimiento de los salarios son de por sí débiles, persuadir a los obreros de aceptar un recorte en sus ingresos reales puede ser difícil. El aumento en las tasas de interés que se decidió esta semana pronto parecerá insuficiente y tendrán que venir mayores incrementos y un importante aumento del desempleo. Para lograr su meta de inflación, el BCE tendrá tal vez que contraer la actividad, hasta que, en efecto, los trabajadores queden sometidos.

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¿Hay una mejor manera de responder a las sacudidas adversas? La respuesta de la teoría monetaria es un "sí" sin ambigüedades: dar a los obreros la oportunidad de ajustarse a los precios más elevados de los energéticos, trasladar con el tiempo parte del incremento de los precios a los salarios (de forma que se ajusten gradualmente) y dejar en claro que la meta inflacionaria regresará a su nivel en, digamos, un año o dos. Tal política limitará el incremento en el desempleo, a costa de una mayor inflación que sólo será temporal.

Entonces, ¿por qué el BCE se empeña en seguir una ruta más rígida? Hay tres razones posibles.

La primera, que hasta ahora ha habido poca presión de los salarios. Así, el BCE tal vez no tenga que elevar mucho las tasas de interés para contener la inflación. Si este escenario sucede, el impacto en la actividad económica y en el empleo será mínimo.

Pero hay buenas bases históricas para pensar que no será asi. Es más probable que lo que hoy vemos en Europa sea un ajuste retardado que la aprobación pasiva de una reducción en los ingresos reales por parte de obreros y sindicatos. El BCE no debe engañarse y creer que un pequeño incremento en las tasas de interés será suficiente. Si se da una presión salarial, el BCE, para ser fiel a su palabra, tal vez se verá obligado a elevar las tasas de interés mucho más de lo que ahora prevé.

El segundo argumento es que si el BCE permanece firme, los trabajadores no reclamarán mayores salarios nominales, porque entenderán que eso sólo conduciría a tasas de interés más elevadas y un mayor desempleo.

Este argumento no es irrelevante; la política monetaria tal vez tenga cierto efecto en las negociaciones salariales. Pero no se debe esperar mucho de una postura más firme del BCE. Pensemos en el éxito limitado de la defensa por parte del BCE de una mayor flexibilidad en el mercado laboral: no ha habido un incremento dramático en el ritmo de las reformas.

El tercer argumento es que una mayor inflación en el presente pondría en peligro la credibilidad del BCE en el futuro. Este argumento tampoco es irrelevante: no debe permitirse que una mayor inflación hoy en día cambie las expectativas inflacionarias en el mediano plazo.

Dejar a las tasas de interés congeladas ante una sacudida adversa de los precios requiere por lo tanto una explicación convincente por parte del BCE sobre su política esencial. Aquí, la tarea del BCE es aún más difícil porque, al haberse concentrado tanto en la estabilización inflacionaria, los mercados interpretarían la adopción de una postura más flexible como un cambio de postura. Además, dado que el BCE ha excedido su meta de inflación en años recientes, su credibilidad ya está en duda.

Es cierto que adoptar la política apropiada requerirá que el BCE articule su lógica con gran cuidado. Aquí, puede tomar lecciones de sus contrapartes británica y estadounidense: la credibilidad no requiere dogmatismo, sino más bien propósitos claros.

Lo que está en juego es muy importante como para ignorarse. Dado el camino de su política actual, a menos que los precios del petróleo caigan, el BCE se arriesga a verse obligado a comprometerse con tipos de cambio sustancialmente más altos, y por lo tanto a un mayor incremento del desempleo en la eurozona.

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