c071600246f86fc408d11b0b_pa3780c.jpg Paul Lachine

El factor miedo y el BCE

BRUSELAS – La eurozona está empezando a ahogarse en un mar de pánico. El torbellino ya atrapó a Italia y España, en tanto que Bélgica se va acercando a la zona de peligro. Ahora que las aguas amenazan tragarse también a Francia, la brecha creciente entre el rendimiento de los bonos franceses y los alemanes supone una difícil prueba para la sociedad política que impulsó durante seis décadas la integración europea.

Incluso nadadores tan buenos como Finlandia y los Países Bajos deben hacer grandes esfuerzos para evitar que la corriente los arrastre. Los bancos luchan por mantenerse a flote (aferrados a un capital que es cada vez más insuficiente conforme van perdiendo fondos) y las empresas que dependen del crédito también están en problemas. Todas las señales apuntan a una recesión en la eurozona.

Si no se logra controlar la situación, el pánico desatado en relación con la solvencia de los Estados soberanos se convertirá en una profecía autocumplidora: así como una corrida de depósitos puede llevar a la quiebra incluso a un banco próspero, hasta el Estado más creíble corre peligro si el mercado se niega a refinanciar sus deudas. Uno siente pavor de sólo imaginar las consecuencias: impagos bancarios y estatales en cadena, una depresión devastadora, la caída del euro (y tal vez, hasta de la Unión Europea), el contagio mundial y un período de agitación política con consecuencias posiblemente trágicas. Entonces, ¿por qué los políticos no están haciendo todo lo necesario para evitar la catástrofe?

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