La democratización de Europa

El proyecto de integración de Europa carece de precedentes históricos. Durante el pasado milenio, Europa ha vivido con un equilibrio precario, mientras creaba todos los grandes imperios que han dominado y pacificado el mundo en los 500 últimos años. Sus ocho o nueve naciones principales riñeron guerras unas contra otras, siempre que una amenazaba con intentar conseguir el dominio sobre las otras. Europa nos dio las dos últimas guerras mundiales y al balance de monstruosidades hay que sumar sus grotescos refinamientos en el arte de matar: el Holocausto y el Gulag.

Sesenta años después de la última guerra -un instante a la luz de la Historia- 25 naciones europeas, incluidos casi todos los países del continente, están unidas en un proyecto común que garantiza una paz definitiva. La institucionalización de Europa hace que la guerra sea imposible y motiva la reconciliación: entre Francia y Alemania, entre católicos y protestantes en Irlanda y pronto entre húngaros y rumanos. Al mismo tiempo, una integración económica profunda y una política comercial común hacen de la Unión Europea una zona de prosperidad que está relativamente bien protegida contra las crisis financieras contemporáneas.

Quienes soñaron con una sola nación federal, capaz de imponer una política exterior firme respaldada por unas fuerzas armadas potentes, tal vez se sientan decepcionados por la configuración de la UE actual, pero constituye un error centrar demasiado la atención en las deficiencias de la Unión y pasar por alto la realidad extraordinaria que tenemos ante nosotros. Aunque Europa es más un espacio gobernado por un Estado de derecho compartido que la expresión de una voluntad política unitaria, actualmente está convirtiéndose en la mayor potencia económica del mundo.

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