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¿Muerte del Pakistán?

NUEVA DELHI – Éste es un momento crítico para el Pakistán. ¿Sobrevivirá a la actual vorágine de amenazas, ejemplificada por el reciente asesinato del gobernador Salmaan Taseer del Punjab por uno de sus guardaespaldas, fanático islamista, o se irá a pique? Para el mundo, la suerte del Pakistán es una cuestión urgente, tal vez existencial incluso. Al fin y al cabo, el Pakistán es una potencia regional con armamento nuclear y caldo de cultivo de terroristas.

Las raíces de la inestabilidad del Pakistán son profundas. A raíz de la primera y la segunda guerras mundiales, las potencias europeas y los Estados Unidos se sentaron en torno a mesas lejanas e inventaron fronteras, con las que crearon el Iraq, Israel, Kuwait, Jordania y Arabía Saudí... y, con ello, la mayoría de los actuales males de Oriente Medio. El nuevo mapa de la región estaba basado en la suposición de que se podrían transformar los principios básicos del “Asia musulmana" introduciendo el sistema occidental de los Estados-nación. En cambio, lo que se formó fue una región de entidades que en gran medida no han logrado la cohesión de naciones.

En 1947, también el subcontinente indio fue viviseccionado de forma muy semejante, con una entidad basada en la religión y separada de él: el Pakistán. Naturalmente, a estas alturas resulta inútil reexaminar ese absurdo trágico. Sin embargo, las consecuencias de la división permanecen: el Pakistán no ha podido aún desarrollar un gobierno administrativamente creíble. De hecho, si Muhammad Ali Jinnah, el padre fundador del Pakistán, hubiera estado en lo cierto al afirmar que los musulmanes constituyen una nación en sí misma, Bangladesh no se habría separado de él y las relaciones del país con su vecino Afganistán estarían libres de intrigas y violencia.

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