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El lado oscuro de defender la libertad

BRUSELAS: Se dice que el precio de la libertad es la eterna vigilancia, pero ese precio puede adoptar la forma de decisiones moralmente sórdidas en las que gente inocente carga con el coste de la defensa de la libertad.

Bajo la égida de la Guerra Fría, los gobiernos occidentales se vieron obligados con regularidad a tomar muchas decisiones estratégicamente realistas pero moralmente nocivas. Dictadores como Mobuto de Zaire y Suharto de Indonesia fueron aceptados por el principio de que "puede que sea un bastardo, pero al menos es nuestro bastardo". Además, toda suerte de "luchadores por la libertad" desde los Contras en Nicaragua a Hissene Habré en Chad y Jonas Savimbi en Uganda recibieron armas y respaldo político de Occidente. Hasta los genocidas del Khmer Rouge fueron defendidos, en parte y por breve tiempo, por Estados Unidos en sus reductos en los bosques tras su expulsión de Phnom Penh.

Veinte años después del fin de la Guerra Fría, en ocasiones Occidente ha reconocido su deber de compensar a quienes fueron, en un sentido muy real, el "daño colateral" de esa lucha ideológica. Por ejemplo, los países que Roosevelt y Churchill entregaron al implacable dominio de Stalin son ahora, en su mayoría, parte de la Unión Europea. Sin embargo, hay otras historias no contadas de personas que pagaron caro las libertades de Occidente y que no han recibido demasiada atención.

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