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La falacia de la fuerza de voluntad en el debate sobre el cambio climático

COPENHAGUE – Existe la peligrosa idea errónea de que la fuerza de voluntad y el acuerdo político son los únicos ingredientes necesarios de que se carece para luchar contra el calentamiento planetario. En realidad, existe también un colosal obstáculo tecnológico. Poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles requiere una transformación completa de los sistemas energéticos del mundo.

Ninguna de las formas de energía substitutivas es lo bastante eficiente para competir en escala con los combustibles fósiles. Aparte de la energía nuclear, que sigue siendo mucho más cara que los combustibles fósiles, todas las posibilidades conocidas requieren importantes investigaciones e innovaciones.

Piénsese en el aterrador y absurdo hecho de que las investigaciones de las que se depende para hacer avanzar la causa de las reducciones de carbono utilizan modelos económicos que se limitan a suponer que se producirán adelantos tecnológicos espontáneamente. A nuestro complaciente ritmo actual, con tan sólo 2.000 millones de dólares de fondos públicos gastados anualmente a escala mundial en investigación e innovación sobre fuentes energéticas verdes, los necesarios adelantos tecnológicos no se producirán a tiempo.

En ese caso, los gobiernos intentarán reducir las emisiones de carbono mediante impuestos y planes de comercio de emisiones sin substituciones eficaces. En ese caso, no influiremos prácticamente nada en el cambio climático del futuro, mientras que a corto plazo se habrá causado un importante daño al crecimiento económico, con lo que habrá más personas que vivan en la pobreza y el planeta se encontrará en una situación mucho más sombría de lo que podría haber estado.

Téngase presente que la demanda energética mundial se duplicará de aquí a 2050. La utilización de los combustibles fósiles –aunque muy difamada por algunos– sigue siendo absolutamente decisiva para el desarrollo económico, la prosperidad y nuestra propia supervivencia. Grupos de intereses empresariales y medios de comunicación crédulos han dado mucho bombo a las fuentes de energía substitutivas para que parezcan mucho más preparadas con vistas a su utilización generalizada de lo que de verdad lo están.

Una afirmación con frecuencia repetida es la de que Dinamarca, donde los políticos se reunirán en diciembre para negociar un sucesor del Protocolo de Kyoto, recibe una quinta parte de su electricidad del viento, lo que constituye la proporción mayor con mucho del mundo. Se presenta a Dinamarca como un modelo para que lo siga el resto del mundo, como una prueba de que la creación de puestos de trabajo verdes ha resultado fácil y se ha demostrado que la energía eólica es un substituto barato.

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Pero la realidad, revelada por un reciente estudio del Centro Danés de Estudios Políticos, es la de que el viento satisface menos del 10 por ciento de la demanda de electricidad de Dinamarca, porque se produce gran parte de la electricidad cuando no hay demanda y se vende a muy bajo costo a otros países, lo que significa, además, muchas menos reducciones de CO2 en Dinamarca, donde el costo de la reducción de una tonelada de CO2 representa más de seis veces el costo medio actual en la Unión Europea.

Los daneses pagan las tasas más altas por electricidad de todas las naciones industrializadas, unos 0,38 dólares por kilovatio-hora, por término medio, en comparación con 0,08 dólares en los Estados Unidos. La industria eólica danesa es casi completamente dependiente de las subvenciones con cargo a los contribuyentes para apoyar a una mano de obra modesta. Cada nuevo puesto de trabajo del sector de la energía eólica cuesta a los contribuyentes daneses al menos 119.000 dólares (81.000 euros) al año. Las subvenciones estatales han substituido un empleo por otro menos productivo en la industria eólica, lo que significa que el PIB danés es 270 millones de dólares, aproximadamente, inferior de lo que sería si la mano de obra del sector eólico estuviera empleada en otros sectores.

El informe concluye, con toda claridad, así: “Si la industria eólica danesa tuviera que competir en el mercado, no existiría”.

La energía eólica y la energía solar, juntas, satisfacen una diminuta fracción –menos del 0,6 por ciento– del total de necesidades energéticas del mundo. No se debe simplemente a que sean mucho más caras, sino también a que hay enormes obstáculos tecnológicos que superar para volverlas eficientes. En primer lugar, hay que instalar líneas de corriente directa para transmitir las energías solar y eólica desde las zonas que cuentan con el máximo de horas de sol y de velocidad del viento a aquellas en las que vive la mayoría de los habitantes.

En segundo lugar, hay que inventar sistemas de almacenamiento para que, cuando no luce el sol y no sopla el viento, el mundo siga recibiendo electricidad. De hecho, según Chris Green e Isabel Galiana, de la Universidad McGill, es probable que incluso con esos adelantos, pero sin inversiones en gran escala en dichos sistemas de almacenado, las energías solar y eólica, en vista de su intermitencia y su variabilidad, no puedan suministrar más de entre el 10 y el 15 por ciento de la red principal de electricidad.

Para ello, se deberían aumentar espectacularmente los fondos públicos destinados a investigación e innovación. No podemos depender sólo de la empresa privada. Como en el caso de la investigación médica, las primeras innovaciones no obtendrán importantes recompensas financieras, por lo que no hay un potente incentivo para la inversión privada actualmente.

Como el Consenso de Copenhague y el Banco Mundial han propugnado recientemente, serán necesarias inversiones en investigación e innovación del orden de 100.000 millones de dólares al año para que la eólica y otras tecnologías substitutivas lleguen a ser de verdad viables, lo que representa diez veces más que lo que gastan los gobiernos ahora, pero sigue siendo una fracción del costo de las ineficaces reducciones de carbono que se han propuesto.

Los impuestos al carbono podrían desempeñar un papel importante en la financiación de la investigación e innovación, pero nuestro planteamiento actual de la lucha contra el calentamiento planetario, centrado primordialmente en la cantidad de carbono que intentar reducir mediante impuestos, en lugar de en cómo lograrlo tecnológicamente, equivale a colocar el carro delante de los bueyes. No estamos en el camino adecuado para impedir el sufrimiento que provocará el calentamiento planetario.

Lo que hace falta no es sólo voluntad política. Un futuro próspero requiere fuentes abundantes de energía. Afrontamos una tarea ingente para encontrar substitutos del combustible fósil.

https://prosyn.org/EFSO9s8es