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El dueto climático China-Estados Unidos

BEIJING –Sin una colaboración activa entre Estados Unidos y China, no sólo se reducirán las posibilidades de éxito en las negociaciones que se llevarán a cabo en Copenhague en diciembre próximo para lograr un tratado que suceda al Protocolo de Kyoto, sino que será improbable que se pueda arribar a cualquier remedio de importancia para enfrentar el aumento de las temperaturas globales. Sin embargo, en la actualidad las conversaciones entre Estados Unidos y China muestran dos escenarios contrastantes, uno esperanzador y el otro desalentador.

En el primer escenario, las delegaciones de altos funcionarios de ambos países se mantienen en punto muerto, sin querer moverse un centímetro de sus posiciones inflexibles. Más aún, continúa la negativa de los países desarrollados -particularmente Estados Unidos- a asumir la responsabilidad por sus emisiones históricas de gases de invernadero, representando un punto de conflicto importante, puesto que estas emisiones superan con mucho las del mundo en desarrollo.

En el segundo escenario, miles de millones de dólares de paquetes de estímulo “verde” dan impulso a una carrera global que lleva al desarrollo de nuevas tecnologías energéticas y su implementación. Estados Unidos se centra en seis áreas clave de tecnologías limpias: técnicas y materiales de construcción eficientes, tecnologías de baterías, tecnología solar, captura y almacenamiento de carbono (CCS), matrices inteligentes, y vehículos eléctricos (EV).

Estos esfuerzos tienen su contraparte en iniciativas chinas en ámbitos tales como los vehículos de bajo uso de energía, iluminación con diodos luminiscentes (LED),  integración fotovoltaica en edificios (BIPV), tecnologías innovadoras de uso eficiente de la energía, como energía solar, eólica, biogas y combustibles sintéticos. Ambos países expresan su determinación de encontrar modos de colaborar para reestructurar sus combinaciones de fuentes de energía con nuevas tecnologías energéticas de bajas emisiones.

Considerando lo que está en juego, es quizás comprensible el que Estados Unidos y China estén manteniendo un secretismo tan grande respecto de sus opciones en torno al cambio climático. En estos momentos, cada bando emerge de un periodo en que utilizó al otro como excusa por la propia inacción, y a pesar de eso han comenzado a explorar activamente qué escenario seguir a partir de ahora.

La naturaleza de los acuerdos bilaterales de estos dos países determinará cómo se ampquot;repartirá la tortaampquot; económica de las bajas emisiones de carbono, y en consecuencia con qué rapidez se puede transformar la economía global. La responsabilidad de esta transformación descansa irrevocablemente en China y los Estados Unidos, no sólo porque son los mayores emisores del mundo, sino porque sólo ellos tienen la capacidad de invertir lo suficiente en I ampamp; D de tecnologías limpias, proporcionar una fuerza laboral lo bastante grande y dar sustento a un cambio de política global de envergadura suficiente. Así, el futuro climático del mundo depende no sólo de cada uno de ellos por separado, sino en su capacidad de colaborar.

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Ambos están de acuerdo en que sus papeles son esenciales. De hecho, el cambio climático ahora está presente en todas las principales discusiones bilaterales, junto con el comercio, los tipos de cambio, los derechos humanos y la seguridad energética. Los recientes intercambios y visitas dan cierto pie al optimismo.

No obstante, el cambio climático represente el mayor desafío para China en cuanto a relaciones internacionales desde el fin de la Guerra Fría. No sólo China se ha convertido en el mayor emisor mundial de gases que causan el efecto invernadero, sino que se espera que el ritmo de sus emisiones futuras supere con mucho lo proyectado. Al mismo tiempo, China sigue siendo un vasto país en desarrollo que busca ardientemente un crecimiento económico más veloz para sacar a millones de personas de la pobreza y dar mejores estándares de vida a cientos de millones más. Equilibrar su necesidad de crecer con la protección del clima hace que el papel de China sea más bien precario.

La crisis financiera global complica aún más las cosas. A pesar de que actores del mundo desarrollado y del mundo en desarrollo dirigen cada vez más sus miradas a China en busca de liderazgo, los líderes chinos consideran un papel global de ese tipo como algo que está más allá de sus capacidades. No obstante, China ha avanzado mucho con respecto a los días del Protocolo de Kyoto.

Al igual que muchos países en desarrollo, China fue más o menos arrastrada a ese proceso. Firmó el acuerdo de Kyoto, aunque como “Estado del Anexo Iampquot;, lo que significa que no se comprometió a límites definidos a las emisiones de carbono.

No obstante, las opiniones de China han evolucionado. El mayor hito ocurrió en diciembre de 2007, cuando, junto con otros países en desarrollo, firmó la Hoja de Ruta de Bali, aceptando colaborar para arribar a un nuevo acuerdo para el año 2009 en Copenhague. Hoy China participa de manera constructiva y activa en las conversaciones globales, discutiendo, por ejemplo, lo que se ha hecho para reducir las emisiones por unidad de PGB. (Ha asumido un ambicioso compromiso en su Undécimo Plan Quinquenal de un 20% de reducción de su intensidad energética y lograr un aumento del 10% de energías renovables para 2010.) La reacción a estos cambios por parte de la comunidad internacional ha sido mayormente positiva.

De hecho, en marzo pasado en enviado especial de EE.UU. para asuntos climáticos, Todd Stern, habló positivamente de los esfuerzos internos de China para abordar el cambio climático. Sin embargo, esto no significa que estemos a las puertas de un acuerdo.

De acuerdo con el Protocolo de Kyoto, lo que se exige a China, como país “en desarrollo, y a Estados Unidos, como país “desarrollado, es completamente diferente. A diferencia de China, Estados Unidos debe comprometerse a límites absolutos. De manera que China desearía ver que EE.UU. toma la iniciativa en un acuerdo de estas características, sin usarla a ella como excusa para su propia inacción. Como país en desarrollo que a lo largo de la historia ha emitido apenas un quinto del CO2 emitido por Estados Unidos, China insiste en que tiene el derecho moral a resistirse a los llamados a que lidere estas medidas.

A unos cuantos meses antes del comienzo de las conversaciones de Copenhague, se espera que China cumpla sus compromisos con el Plan de Acción de Bali. Por supuesto, será un compromiso mucho menor que el que se espera de la Unión Europea o Estados Unidos. Si EE.UU. habla en serio cuando dice que es necesario llegar a un resultado positivo en Copenhague, debe establecer objetivos radicales y prácticos, hacerse responsable de sus emisiones históricas de carbono y comprometerse a apoyar los esfuerzos de los países en desarrollo mediante el fortalecimiento de capacidades, la transferencia de tecnología y la financiación. Sólo entonces el mundo en desarrollo considerará que Estados Unidos realmente está dispuesto a asumir su papel como líder global.

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