El agujero negro de Bush

En 2001, el Presidente George Bush engañó al pueblo americano. Dijo que una rebaja de impuestos no destinada a estimular la economía la estimularía y el pueblo americano lo creyó. Pero no fue así. Dijo a los estadounidenses que los grandes superávit que fueron uno de los legados del Presidente Bill Clinton permitían a los Estados Unidos darse el lujo de reducir los impuestos en gran escala. También en eso estaba equivocado. No avisó a los estadounidenses de lo dudosos que pueden ser esos cálculos.

En 2003 el Presidente Bush engañó una vez más al pueblo americano en relación con la economía. Unas semanas después de convencer al Congreso para que aprobara otra reducción de los impuestos -en algunos sentidos menos equitativa aún que la primera-, su gobierno reveló lo grave que había llegado a ser la situación fiscal. El superávit de 230.000 millones de dólares heredado de Clinton se había convertido en un déficit de 450.000 millones de dólares.

Ahora, después de entregar miles de millones a los americanos ricos mediante reducciones de impuestos que benefician casi exclusivamente a ellos, el gobierno de Bush está pasando el sombrero para pedir aportaciones de otros países a fin de que contribuyan a pagar el costo de la guerra del Iraq. Aun dejando de lado los otros aspectos dudosos de la política de Bush respecto del Iraq, la combinación de despilfarros provocados por los regalos a los ciudadanos más ricos de los Estados Unidos con la actitud de que los Estados Unidos pongan el cazo a escala internacional no puede mover precisamente a comprensión.

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