La batalla por Europa

La cumbre europea en Bruselas este fin de semana tenía por objetivo dotar a la Unión Europea de una constitución que le permitiera manejar los desafíos planteados por la admisión de diez nuevos estados miembros la primavera próxima. En lugar de ello, el quiebre de la cumbre puede ser una advertencia temprana de que esta ampliación podría llegar a generar, no una transformación benigna de la UE, sino su radical dislocación.

El pasado permite prever que no debería ocurrir un desastre dramático. La UE ha enfrentado varias crisis políticas en el pasado, algunas mucho más graves que ésta. En cada una de las ocasiones anteriores, los estados miembros prefireron transar a sufrir una ruptura.

Lo más probable es que lo hagan nuevamente. De hecho, restar importancia a la gravedad de la última crisis es fácil: se puede argumentar que la causa inmediata del quiebre, si se examina en detalle, no es realmente tan grave.

El quid del asunto es que el borrador de Constitución daría a la UE un método más simple y rápido de lograr votaciones de mayoría en el Consejo de Ministros. Bajo el método adoptado hace tres años en la cumbre de Niza de la UE, cada estado miembro tiene una cierta cantidad de votos, ponderados en base a su población, pero se protege a los países más pequeños dotándolos de una mayor proporcionalidad de votos que los países grandes.

Este sistema se conoce como Sistema de Mayoría Calificada. Un voto de decisión requiere el 50% de los estados miembro, acerca del 72% de sus votos ponderados y un 62% de la población total de la UE.

El nuevo sistema propuesto eliminaría los sistemas ponderados. Cada estado miembro tendría un voto, y una decisión de mayoría requeriría el 50% de los estados miembros y un 60% de la población de la UE.

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Este nuevo sistema es más simple y comprensible; se puede decir que también es más democrático. Pero en términos aritméticos es menos favorable a los países más pequeños, puesto que pierden su ventaja ponderada. Es mucho menos favorable para España y Polonia, puesto que la ponderación que recibieron en Niza es casi tan grande como la de Alemania, a pesar de que el tamaño de su población es casi la mitad.

Esto fue lo que produjo el quiebre del sábado: España y Polonia se negaron a renunciar a los privilegios de votación que recibieron en Niza. Pero si esta fuera la verdadera razón de la ruptura, uno podría esperar que se pudiera resolver mediante un detallado regateo acerca de los mecanismos de votación. Pero parece probable que el argumento contra los votos de mayoría sea en realidad un pretexto para airear diferencias más profundas acerca del futuro de la UE.

Una diferencia (no manifestada explícitamente) tiene que ver con el dinero. Los polacos aducen (y tienen cierta razón) que están representando no sólo su propio interés nacional, sino el de los estados miembros más pequeños. Los hechos dejan ver una historia diferente.

Dos tercios del presupuesto de la UE se dedica a la agricultura y el desarrollo de las regiones pobres. España, junto con Portugal, Grecia e Irlanda, ha sido un gran beneficiario de ambas partidas presupuestarias y Polonia, otro país pobre, desea unirse al dinero fácil.

Todos saben que la reforma de la política agrícola ha sido materia pendiente por varias décadas y eso significa cortar los subsidios. Pero no habrá reforma sin el voto mayoritario del Consejo de Ministros. De modo que, obviamente, España y Polonia no desean renunciar a sus privilegios de votación al respecto.

Pero las diferencias más profundas son políticas. ¿Qué tipo de UE, presente y futura, desean los esatdos miembros? En el largo plazo, ¿desean algo parecido a una Unión federal? ¿O desean un área de libre comercio basada en alguna forma de acuerdo entre los gobiernos?

Estas preguntas se han vuelvo mucho más punzantes con la inminente megaampliación, en parte debido a la alta cantidad de recién llegados, pero principalmente debido a que los países que ingresarán son esencialmente ajenos al proceso de integración que han llevado a cabo los actuales estados miembros los últimos 50 años. Más aún, el proceso de aprendizaje se ha visto seriamente perturbado.

En 1950, cuando se creó la UE, el dilema político era comparativamente simple. Se solucionó con la aceptación por parte de los estados miembros más grandes (Francia, Alemania e Italia) de cierta toma de decisiones en común, debido a que creían que todavía eran naciones estado independientes.

Los tres pequeños estados de la Benelux (Holanda, Bélgica y Luxemburgo) aceptaron la toma de decisiones en común, ya que creían que esto potenciaría sus intereses nacionales. A lo largo de los años siguieron creyendo, de manera lógica aunque paradojal, que la mejor manera que tenían los países pequeños de salvaguardar sus intereses era someterse al voto lógico de mayoría.

Los 10 nuevos miembros de la UE no tienen la misma historia qie Holanda, Bélgica y Luxemburgo. El problema no es sólo que están menos desarrollados económicamente, o que sus instituciones políticas sean inadecuadas y corruptas. El real problema para la UE es que no hay señales de que estos países tengan deseos de aprender las mismas lecciones, debido a que no están de acuerdo con los antiguos miembros acerca del verdadero propósito del proyecto europeo.

¿Pero están los antiguos miembros realmente de acuerdo sobre el verdadero objetivo de este proyecto? Desgraciadamente, no. No desde que los británicos se unieron, hace 30 años.

Durante largo tiempo los ingleses se han resistido a la integración europea. Tony Blair dice que quiere que Gran Bretaña esté al centro de Europa. Estas son sólo palabras: Tony Blair no tiene la menor idea de lo que esto significa.

La pregunta es, ¿desean los estados miembros una Europa más integrada? ¿O de hecho lo que quieren es una Europa con libre comercio y políticamente sometida a los Estados Unidos? Estas son las verdaderas preguntas planteadas por el quiebre ocurrido en Bruselas el domingo en las negociaciones constitucionales.

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