ve779c.jpg Chris Van Es

La antifragilidad de la vida económica

PARÍS – La biología y la economía se enfrentan con desafíos similares: ambas buscan explicar la supervivencia y la innovación en un mundo impredecible. Un ejemplo de esta convergencia lo da Nassim Taleb, quien se hizo famoso por su premonitorio descubrimiento de que hay eventos improbables correlacionados con las catástrofes económicas, a los que llamó “cisnes negros”. Hace poco, Taleb propuso otra idea, la “antifragilidad”, como un modo de conceptualizar la forma en que evolucionan los mercados y los resultados en respuesta a esos eventos. De hecho, hay estructuras y procesos antifrágiles por todas partes: el fenómeno mismo de la vida está lleno de ellos.

Para definir la antifragilidad, Taleb se preguntó cuál sería el verdadero opuesto de “frágil”. Tomando la espada de Damocles como ejemplo, Taleb opone a su fragilidad no la resistencia del Fénix, que resurge de sus cenizas, sino la inventiva de la Hidra, que genera dos cabezas cada vez que le cortan una. ¿Podemos imaginar entidades que, además de resistir los estragos del tiempo, sean capaces de enfrentar un futuro impredecible por medio de la creación y recombinación de componentes novedosos?

Ante la inevitabilidad de la muerte, uno estaría inclinado a pensar que los seres vivos no son por naturaleza antifrágiles. Pero pensemos en el rey Mitrídates VI del Ponto, que tomaba todos los días una minúscula dosis de veneno como protección por si sus enemigos pretendían envenenarlo. La idea de que cuando los sistemas se enfrentan a una baja concentración de sustancias tóxicas u otras influencias peligrosas obtienen una adaptación mejor está siendo objeto de un acalorado debate sobre la cuestión de si la exposición a niveles bajos de radiación beneficia a los seres humanos más que dañarlos.

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