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Tailandia en rojo y amarillo

BANGKOK – Después de tres años consecutivos de sangrientas protestas callejeras, Tailandia ha llegado al punto en el que tendrá que celebrar nuevas elecciones, pues la legislatura actual de su Asamblea Nacional expira el próximo mes de diciembre. De hecho, el Primer Ministro, Abhisit Vejjajiva, ha indicado que pedirá la disolución de la cámara baja en la primera semana de mayo. Ha sido la consecuencia de una moción de censura parlamentaria, a la que su gobierno sobrevivió a duras penas. Así, pues, el terreno está preparado para unas elecciones generales a mediados de este año.

Pero, en vista de la inestabilidad política de los últimos años, esa apariencia de estabilidad y regularidad constitucional es engañosa. Como ocurre con los movimientos populares en otros países, Tailandia sigue presa del conflicto y la polarización entre un régimen empeñado en apuntalar a Abhisit y nuevas voces incipientes que claman por sus derechos. Cualquier resultado pacífico de dicho conflicto requerirá concesiones y avenencias de amplias miras.

La política en las calles de Tailandia durante esta crisis política se remonta a 2005, cuando el gobierno corrupto y abusivo de Thaksin Shinawatra, que había sido reelegido aquel año con una mayoría aplastante, fue derrocado por un golpe militar. Dos años después, tras la imposición de una nueva constitución por el régimen militar, el partido político que representaba a Thaksin ganó otras elecciones, pues su base popular de “camisas rojas” de las oprimidas regiones nordoriental y septentrional de Tailandia siguieron siéndole leales.

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