MINNEAPOLIS – En 2015, con la aprobación oficial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, comenzó a correr el plazo para lograr una meta ambiciosa: la eliminación global del hambre en 2030. En ese momento, el objetivo parecía alcanzable; en los quince años anteriores, la cantidad de personas malnutridas en el planeta se había reducido a la mitad, un logro asombroso atribuido en gran medida a la inversión internacional en infraestructura agrícola y económica.
Pero entonces el hambre en el mundo volvió a crecer: la cantidad de personas que no tienen suficiente para comer aumentó desde 777 millones en 2015 a 815 millones en 2016. ¿Qué sucedió?
Una parte de la respuesta es tan vieja como la civilización: sequías, inundaciones, conflictos y desplazamientos dañaron las cosechas y redujeron la producción. Pero hay un factor más intangible igualmente importante: la pérdida o deterioro de muchas de las redes que tradicionalmente han ayudado a los granjeros a enfrentar estos desastres.
MINNEAPOLIS – En 2015, con la aprobación oficial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, comenzó a correr el plazo para lograr una meta ambiciosa: la eliminación global del hambre en 2030. En ese momento, el objetivo parecía alcanzable; en los quince años anteriores, la cantidad de personas malnutridas en el planeta se había reducido a la mitad, un logro asombroso atribuido en gran medida a la inversión internacional en infraestructura agrícola y económica.
Pero entonces el hambre en el mundo volvió a crecer: la cantidad de personas que no tienen suficiente para comer aumentó desde 777 millones en 2015 a 815 millones en 2016. ¿Qué sucedió?
Una parte de la respuesta es tan vieja como la civilización: sequías, inundaciones, conflictos y desplazamientos dañaron las cosechas y redujeron la producción. Pero hay un factor más intangible igualmente importante: la pérdida o deterioro de muchas de las redes que tradicionalmente han ayudado a los granjeros a enfrentar estos desastres.