CHICAGO – Cuando Dominique Strauss-Kahn, ex ministro de Finanzas francés, fue nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional en 2007, muchos países en desarrollo pusieron objeciones –no a él, sino a la tradición que le otorgaba el principal cargo del FMI a un europeo, mientras que los norteamericanos instalaban a uno de los suyos en el Banco Mundial.
Este anticuado tráfico internacional de influencias es un resabio del orden post-Segunda Guerra Mundial, en el que las potencias victoriosas se dividieron entre sí los puestos dominantes en las instituciones económicas mundiales. Ese acuerdo tenía cierto sentido cuando Estados Unidos representaba el 35% de la economía mundial y Europa occidental otro 26%, pero hoy, el equilibrio del poder económico cambió. Estados Unidos representa sólo el 20% de la economía mundial, y Europa occidental, el 19%.
Sin embargo, había una razón aún más convincente –aunque no obvia en aquel momento- por la que el director del FMI nombrado en 2007 no tendría que haber sido oriundo de Europa: la necesidad de evitar conflictos de intereses.
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At the end of European Communism, there was a widespread, euphoric hope that freedom and democracy would bring a better life; eventually, though, many lost that hope. The problem, under both Communism and the new liberal dispensation, was that those pursuing grand social projects had embraced ideology instead of philosophy.
considers what an Albanian Marxist philosopher can tell us about liberty in today's world.
For the US, Slovakia's general election may produce another unreliable allied government. But instead of turning a blind eye to such allies, as President Joe Biden has been doing with Poland, or confronting them with an uncompromising stance, the US should spearhead efforts to help mend flawed democracies.
reflect on the outcome of Slovakia's general election in the run-up to Poland's decisive vote.
CHICAGO – Cuando Dominique Strauss-Kahn, ex ministro de Finanzas francés, fue nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional en 2007, muchos países en desarrollo pusieron objeciones –no a él, sino a la tradición que le otorgaba el principal cargo del FMI a un europeo, mientras que los norteamericanos instalaban a uno de los suyos en el Banco Mundial.
Este anticuado tráfico internacional de influencias es un resabio del orden post-Segunda Guerra Mundial, en el que las potencias victoriosas se dividieron entre sí los puestos dominantes en las instituciones económicas mundiales. Ese acuerdo tenía cierto sentido cuando Estados Unidos representaba el 35% de la economía mundial y Europa occidental otro 26%, pero hoy, el equilibrio del poder económico cambió. Estados Unidos representa sólo el 20% de la economía mundial, y Europa occidental, el 19%.
Sin embargo, había una razón aún más convincente –aunque no obvia en aquel momento- por la que el director del FMI nombrado en 2007 no tendría que haber sido oriundo de Europa: la necesidad de evitar conflictos de intereses.
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