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Con un andar desgarbado hacia la cordura

BERKELEY – En los Estados Unidos hoy -y en el resto del mundo- los centristas de la política económica son objeto de acoso. El Instituto de Política Económica publica una encuesta que revela que los norteamericanos creen, de manera abrumadora, que las políticas económicas del pasado año han enriquecido enormemente a los banqueros del centro de Manhattan y del Canary Wharf de Londres (a decir verdad, ya no están concentrados en Wall Street o en la City de Londres).

En Estados Unidos, el bloque parlamentario republicano simplemente dice no: no a un gasto deficitario de corto plazo para darle trabajo a la gente, no a apuntalar el sistema bancario y no a una mayor supervisión o titularidad gubernamental de entidades financieras. Y los propios bancos volvieron a las andanzas de siempre: están ansiosos por bloquear cualquier reforma del sector financiero y confían en que los congresistas ávidos de aportes de campaña demoren y alteren el proceso legislativo.

No estoy diciendo que la política de los últimos años haya sido ideal. Si yo hubiera estado manejando las cosas hace 13 meses, el Tesoro y la Reserva Federal de Estados Unidos habrían dejado quebrar a Lehman y a AIG -pero habría descontado su deuda por efectivo a valor nominal, siempre y cuando la deuda también tuviera suficientes garantías accionarias-. Eso habría preservado el funcionamiento del sistema al mismo tiempo que castigaba duramente a los tenedores de acciones del sistema bancario y del sistema bancario paralelo, y hoy nadie estaría diciendo que sus prácticas de gestión de riesgo eran adecuadas y no necesitaban reforma. 

Si yo hubiera estado manejando las cosas hace 19 meses, habría nacionalizado a Fannie Mae y a Freddie Mac y, mientras durara la crisis, habría hecho que la política monetaria y financiera pasara de apuntar a la tasa de los Fondos Federales para apuntar al precio de las hipotecas. Desde 1825, el objetivo de la política monetaria en una crisis ha sido respaldar los precios de los activos para impedir que los mercados financieros envíen a la economía real la señal de que llegó la hora del desempleo masivo. Nacionalizar a Fannie y a Freddie, y utilizarlas para controlar el precio de las hipotecas, habría sido la manera más limpia y fácil de lograrlo.

No obstante, la política en los últimos dos años y medio ha sido buena. Una sacudida fundamental mayor de la de 1929-1930 afectó a un sistema financiero que era mucho más vulnerable a las sacudidas que en aquel momento. A pesar de esto, el desempleo alcanzará un pico de aproximadamente el 10%, y no el 24%, como sucedió en Estados Unidos durante la Gran Depresión, mientras que el desempleo no agrícola alcanzará un pico de 10,5%, en lugar de 30%. Tampoco tendremos una década perdida de estancamiento económico, como le sucedió a Japón en los años 1990. Hay que admitir que el parámetro es bajo cuando se hace esta comparación. Pero nuestros estrategas políticos lo despejaron.

Vale la pena dar un paso atrás y preguntarse: ¿Cómo se vería la economía mundial hoy si los estrategas políticos hubieran accedido a la demanda populista de no respaldar a los banqueros? ¿Cómo se vería la economía mundial hoy si se hubiera impuesto la oposición parlamentaria republicana al Programa de Alivio a Empresas con Activos en Problemas (TARP, por su sigla en inglés) y a un gasto deficitario adicional para estimular la economía?

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La única analogía histórica natural es la mismísima Gran Depresión. Esa es la única vez en que (a) una crisis financiera causó una cadena generalizada, extensa y prolongada de quiebras bancarias y (b) el gobierno ni intervino ni le pasó la batuta a un consorcio de bancos privados para que respaldara al sistema en general.

Hoy ya pasaron 19 meses desde que quebró Bear Stearns y fue absorbido por JP MorganChase con la asistencia de hasta 30.000 millones de dólares de dinero de la Reserva Federal el 16 de marzo de 2008, y la producción industrial está el 14% por debajo de su pico en 2007. Por el contrario, 19 meses después de que el Banco de Estados Unidos, con 450.000 depositantes, quebrara el 11 de diciembre de 1930 -el primer colapso bancario importante en Nueva York desde la quiebra de Knickerbocker Trust durante el pánico y la depresión de 1907-, la producción industrial, según el índice de la Reserva Federal, estaba 54% por debajo de su pico de 1929.

Quienes se oponen a la reciente política económica se rebelan contra la hipótesis de que una falta de intervención y respaldo gubernamental puede producir una caída económica de esa magnitud hoy. Después de todo, las economías modernas son estables y obstinadas. Los sistemas de mercado son redes resistentes que ofrecen los mejores incentivos posibles a la gente para hacer acuerdos y utilizar los recursos de manera productiva. Una caída del 54% en la producción industrial entre su pico de 2007 y hoy es inconcebible -¿o no?

Si fuera así, entonces la conclusión inevitable debe ser que las cosas no habrían salido tan mal si el gobierno se hubiera negado a implementar una política fiscal expansiva, a recapitalizar bancos, a nacionalizar instituciones en problemas y a comprar activos financieros de maneras no convencionales. El problema, sin embargo, es que todas las razones teóricas para pensar que las depresiones tan profundas como la Gran Depresión simplemente no les pasan a las economías de mercado se aplicaban a los años 1930 tanto como se aplican hoy.

Pero sucedió. Y podría haber vuelto a suceder.

https://prosyn.org/58b0ul9es