95bfcd0346f86f380e15551a_m1242c.jpg Barry Maguire

Sexualidad y vigilancia

NUEVA YORK – Hoy en día, resulta imposible oír hablar de escándalos sexuales o delitos sexuales –ya sean los de Dominique Strauss-Kahn o los del ex gobernador de Nueva York Eliot Spitzer, del Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi, o de la media docena de congresistas de los Estados Unidos cuyas carreras se han acabado en los últimos años– sin ponerse a pensar en cómo han salido a la luz. ¿Qué significa vivir en una sociedad en la que la vigilancia es omnipresente?

Como el calor a que se somete proverbialmente a las ranas para hervirlas sin que lo adviertan, el nivel de vigilancia en las democracias occidentales ha ido aumentando lentamente, pero mucho más rápidamente de lo que permitiría reaccionar a los ciudadanos. En los Estados Unidos, por ejemplo, se está ampliando la Patriot Act (“Ley Patriótica”) del Presidente George W. Bush, a raíz de una serie de acuerdos a puerta cerrada. Los americanos no la quieren y no fueron consultados cuando sus representantes, presionados por un gobierno que pedía más poder a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Eso no parece importar, la promulgaron.

En los EE.UU. –y en el Reino Unido– hay una campaña concertada para “calificar” de positiva la vigilancia. Ahora se informa a los pasajeros del metro de la Ciudad de Nueva York de que se puede someterlos a registros aleatorios de sus bolsas. Ahora los activistas de los Estados Unidos están acostumbrados a dar por sentado que se leen sus mensajes electrónicos y se escuchan sus conversaciones telefónicas. De hecho, las compañías telefónicas Verizon y AT&T han creado secciones en sus locales para que agentes del Organismo de Seguridad Nacional escuchen conversaciones furtivamente.

https://prosyn.org/9KeOHcLes