70ae130346f86f880b37fb0c_dr3854c.jpg Dean Rohrer

Los iraquíes no pierden la esperanza

BAGDAD – Ya pasaron diez años desde el derrocamiento de Saddam Hussein, que se produjo después de más de tres décadas de tiranía. Tras la caída de Saddam, los iraquíes soñaron construir un nuevo Irak, próspero y democrático. Había un deseo casi unánime de un país en paz consigo mismo y con sus vecinos, y de una constitución que defendiera los derechos humanos básicos y el estado de derecho.

Pero Estados Unidos y sus aliados, sin una visión coherente del futuro de Irak, y mucho menos una política razonable para la etapa posterior a Saddam, declararon a Irak país ocupado y encargaron su conducción a un administrador designado por Estados Unidos, que al poco tiempo decidió desmantelar todas las instituciones de seguridad, militares y de prensa existentes. También introdujo una ley de desbaazificación del país, que proscribió de ocupar puestos públicos (sin derecho a apelación) a miembros del partido Baaz y dejó el camino abierto para la llegada del sectarismo y, finalmente, el desorden y la violencia civil.

Estos lamentables (y a la larga, desastrosos) acontecimientos dejaron a Irak, un país estratégico situado en el corazón de una región del mundo convulsionada y a la vez vital, apoyado sobre cimientos inestables. A lo largo de los diez años de agonía que siguieron, el país pasó por sucesivas etapas de desmanejo que lo fracturaron y destruyeron los sueños de los iraquíes, que veían a su amada patria deslizarse una vez más hacia el autoritarismo, mientras la constitución era objeto de violaciones casi a diario. El mundo observaba aparentemente incapaz de hacer nada.

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