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La relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita después de Khashoggi

WASHINGTON, DC – El supuesto asesinato del periodista disidente saudí Jamal Khashoggi, un residente permanente de Estados Unidos, en el consulado del Reino en Estambul ha desatado una ola gigantesca de críticas. En el Congreso de Estados Unidos, demócratas y republicanos por igual han prometido poner fin a las ventas de armas a Arabia Saudita e imponer sanciones si se demuestra que su gobierno ha asesinado a Khashoggi.

Pero es poco probable que los vínculos bilaterales se vean afectados de manera significativa, y mucho menos que se produzca una ruptura diplomática, aún si toda la evidencia apunta a un asesinato sancionado por el estado. Arabia Saudita esencialmente es demasiado crucial para los intereses norteamericanos como para permitir que la muerte de un hombre afecte la relación. Y en un momento en que nuevos aliados están trabajando con viejos lobistas para frenar el daño, es poco probable que el episodio conduzca a algo más que una pelea de amantes.

El rol especial de Arabia Saudita en la política exterior norteamericana es una lección que los presidentes de Estados Unidos aprenden sólo con la experiencia. Cuando Bill Clinton asumió la presidencia, sus asesores se inclinaban por distanciar a la nueva administración de las políticas de George H.W. Bush. Entre los cambios que buscaba el asesor de seguridad nacional de Clinton, Anthony Lake, estaba poner fin al acceso irrestricto a la Casa Blanca del que gozaba el embajador saudí Bandar bin Sultan durante las presidencias de Reagan y Bush. Bandar iba a ser tratado como cualquier otro embajador.

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