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Cómo salir adelante sin el gas ruso

LONDRES/SANTIAGO – A mediados de 2007, siendo ambos ministros del gobierno de Chile, recibimos la llamada telefónica que hoy temen todos los políticos y los empresarios alemanes: fuimos informados que el suministro de gas natural proveniente de Argentina, el único proveedor de nuestra nación, cesaría de la noche a la mañana. Al igual que Alemania hoy día, Chile dependía en extremo de gas importado para generar electricidad, suplir de combustible a las plantas industriales, y calefaccionar los hogares. El golpe, por lo tanto, pudo haber sido devastador. Pero gracias a un conjunto de medidas de emergencia, Chile logró salir adelante.

Este episodio ofrece lecciones útiles para Alemania y otros países europeos que pronto pueden dejar de tener acceso al gas ruso –ya sea porque deciden dejar de subsidiar la agresión rusa o porque el Kremlin opta por enviar su gas a otros lugares–.

Durante la primera década de este siglo, el gas natural importado era para Chile la primera etapa en la transición hacia una economía verde. Luego de que en 1995 el país firmara un acuerdo con Argentina, las empresas y el gobierno de Chile invirtieron miles de millones de dólares para permitir que la economía funcionara con gas natural en lugar de fuentes energéticas más sucias como el carbón y el diésel. Estas inversiones se tradujeron en la construcción de siete gasoductos a través de Los Andes, y también en infraestructura para la distribución del gas en la mayoría de las ciudades grandes. Poco después surgieron centrales eléctricas a gas, de ciclo combinado, a través de todo el país.

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