BISKEK – Para muchos observadores occidentales, la guerra en Ucrania está relacionada con el deseo del presidente ruso Vladímir Putin de recuperar la esfera de influencia rusa y garantizar su seguridad contra la invasión occidental (especialmente, de la OTAN). De hecho, la guerra es entre dos sistemas de valores opuestos: uno basado en la grandeza e influencia mundial de un país y el otro, en el valor de los ciudadanos y su calidad de vida.
En cierto sentido, la diferencia fundamental entre Oriente y Occidente nunca fue ideológica. Durante la Guerra Fría los países capitalistas nórdicos fueron más socialistas de lo que jamás fue la Unión Soviética. La diferencia siempre residió, en lugar de eso, en uno de los principios. A diferencia de los Estados nórdicos, la igualdad y la equidad nunca fueron parte del sistema de gobernanza de la Unión Soviética. A pesar de sus declaraciones, el sistema soviético no respetó y defendió la dignidad humana en sus políticas reales.
Cuando pregunté recientemente a mis alumnos en el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Estatal de Kirguistán qué determina la grandeza de un país, sus respuestas se centraron en el poder militar, el desarrollo económico y la influencia geopolítica. Esas respuestas están arraigadas en el viejo paradigma de que la grandeza depende de la capacidad de un Estado para dictar políticas y obligar a otros a seguir su voluntad.
BISKEK – Para muchos observadores occidentales, la guerra en Ucrania está relacionada con el deseo del presidente ruso Vladímir Putin de recuperar la esfera de influencia rusa y garantizar su seguridad contra la invasión occidental (especialmente, de la OTAN). De hecho, la guerra es entre dos sistemas de valores opuestos: uno basado en la grandeza e influencia mundial de un país y el otro, en el valor de los ciudadanos y su calidad de vida.
En cierto sentido, la diferencia fundamental entre Oriente y Occidente nunca fue ideológica. Durante la Guerra Fría los países capitalistas nórdicos fueron más socialistas de lo que jamás fue la Unión Soviética. La diferencia siempre residió, en lugar de eso, en uno de los principios. A diferencia de los Estados nórdicos, la igualdad y la equidad nunca fueron parte del sistema de gobernanza de la Unión Soviética. A pesar de sus declaraciones, el sistema soviético no respetó y defendió la dignidad humana en sus políticas reales.
Cuando pregunté recientemente a mis alumnos en el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Estatal de Kirguistán qué determina la grandeza de un país, sus respuestas se centraron en el poder militar, el desarrollo económico y la influencia geopolítica. Esas respuestas están arraigadas en el viejo paradigma de que la grandeza depende de la capacidad de un Estado para dictar políticas y obligar a otros a seguir su voluntad.