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Nuestro tipo de diplomático

ESTOCOLMO – Nuestro hombre, la nueva biografía de 600 páginas de Richard Holbrooke escrita por el periodista norteamericano George Packer, es un libro magistral, no sólo por lo que dice sobre el propio diplomático estadounidense, sino también por cómo describe la evolución de la diplomacia norteamericana en términos más generales.

De Holbrooke, Packer nos cuenta que “dedicó tres años de su vida a una guerra pequeña en un lugar oscuro sin ninguna consecuencia en el largo plazo más allá de sí misma”. Aquí, debo confesar cierta parcialidad. Mientras trabajaba para poner fin a esa guerra espantosa en Bosnia (el “lugar oscuro” de Packer) en los años 1990, llegué a conocer bastante bien a Holbrooke. Y, después de eso, nos cruzamos periódicamente, en especial en el contexto de la guerra en Afganistán, que se ha prolongado casi una década desde que Holbrooke murió.

La vida de Holbrooke en la función pública comenzó en los campos de arroz del Delta del Mekong de Vietnam a comienzos de los años 1960, cuando Estados Unidos se involucró en una guerra que obviamente no entendía. Holbrooke, un funcionario del servicio exterior joven y extremadamente ambicioso que trabajaba en el desarrollo rural, podía ver que las realidades en el terreno eran mucho más complicadas de lo que quienes tomaban las decisiones en Washington estaban dispuestos a reconocer.

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