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El renacer de la desobediencia civil

PRINCETON – Con el ascenso del populismo y el autoritarismo en todo el mundo, mucho se habló de “resistencia”, especialmente en Estados Unidos. Es un término bastante amplio, que puede referirse tanto a apoyar a candidatos opositores como a la actuación de quienes durante la Segunda Guerra Mundial pasaban a la clandestinidad para luchar contra la ocupación nazi, con riesgo para sus vidas. Es una vaguedad útil si se quiere atraer a la mayor cantidad posible de ciudadanos, pero también puede generar confusión en cuanto al mejor modo de alcanzar objetivos concretos.

Pero hay una alternativa más precisa para la “resistencia” de la que hoy se habla muy poco: la desobediencia civil. En teoría, debería ser un arma eficaz contra los populistas. Pero en la práctica se enfrenta a dos desafíos formidables. El primero es que hay muchos malentendidos en torno a su verdadero significado. Y el segundo es que se han producido cambios en el ecosistema de medios que dificultan transmitir el mensaje de la desobediencia civil a una audiencia amplia.

La definición clásica de desobediencia civil la dio el filósofo estadounidense John Rawls a principios de los setenta. En pocas palabras, significa una infracción legal pública, consciente y no violenta, con el objetivo de persuadir a la conciudadanía de la necesidad de cambiar una ley porque es injusta. En la formulación de Rawls, quienes cometan actos de desobediencia civil deben estar preparados para aceptar el consiguiente castigo.

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