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La responsabilidad de alertar

ESTOCOLMO – Una amenaza inédita exige una respuesta inédita. Rara vez, si acaso, los gobiernos tuvieron que entrar en modo de gestión de crisis tan rápido como en las últimas semanas. Hasta ahora el acento estuvo puesto en las cuestiones médicas, políticas y económicas más inmediatas que plantea la pandemia de COVID‑19 (como debe ser). Pero gradualmente, la atención de los gobiernos tendrá que pasar a las consecuencias de la crisis a más largo plazo y a la necesidad de prevenir desastres como este en el futuro.

En las últimas dos décadas hubo varias amenazas graves a la salud pública global. Las epidemias de SARS en 2003, MERS en 2012 y ébola en 2014‑16 son sólo tres ejemplos de brotes que exigieron una respuesta multilateral sostenida. Cada caso tuvo características únicas: el SARS apareció en China, el MERS en Arabia Saudita y el ébola en África occidental. Pero las enseñanzas de las tres epidemias son similares. El crecimiento poblacional, la urbanización, la deforestación y procesos de producción y distribución que provocan el hacinamiento conjunto de muchas especies diferentes aumentan la probabilidad de epidemias y de que aparezcan enfermedades nuevas. Y la expansión de las cadenas globales de suministro y del comercio internacional, por no hablar del aumento del tránsito aéreo internacional, acelera la propagación mundial de enfermedades contagiosas.

Sólo en la última década, la Organización Mundial de la Salud tuvo que declarar una emergencia sanitaria en no menos de seis ocasiones. Es evidente que no hemos tomado las medidas necesarias para responder a nuevos brotes con la clase de acción rápida y decidida que hubiera evitado que la epidemia de coronavirus se salga de control.

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