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La extraña muerte del EE. UU. conservador

BERKELEY – Si le preocupa el bienestar de Estados Unidos y le interesa qué podría hacer el país para mejorar, deje lo que esté haciendo y lea el espléndido libro que el historiador Geoffrey Kabaservice publicó en 2012, Rule and Ruin: The Downfall of Moderation and the Destruction of the Republican Party, from Eisenhower to the Tea Party [Gobierno y decadencia: la caída de los moderados y la destrucción del Partido Republicano, desde Eisenhower hasta el Partido del Té]. Permítame abrir un breve paréntesis histórico para explicarle por qué.

Hasta aproximadamente los inicios del siglo XVII, la gente tenía que volver la mirada al pasado para encontrar evidencias de la grandeza humana. La humanidad había alcanzado su apogeo en la perdida edad dorada de los semidioses, los grandes pensadores y los gigantescos proyectos de construcción. Y cuando la gente decidía buscar en el futuro la promesa de un mundo mejor, conjuraba ambiciones religiosas: la ciudad de Dios, no la del hombre. Al mirar su propia sociedad, notaba que era prácticamente igual a las del pasado: Enrique VIII y su séquito se asemejaban mucho a Agamenón, Tiberio y Arturo.

Pero entonces, alrededor del año 1600, los europeos occidentales se dieron cuenta de que la historia avanzaba en gran medida en una cierta dirección, debido a la expansión de las capacidades técnicas de la humanidad. En respuesta a la nueva doctrina del progreso de los europeos del siglo XVII, las fuerzas conservadoras han representado una mirada que goza de amplio apoyo sobre la forma en que las sociedades deben responder ante las implicaciones políticas del cambio tecnológico y social. En esa respuesta, se agruparon por lo general en cuatro tipos distintos de partidos políticos.

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