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Nuevos nombres, nuevas reglas

CHICAGO – Cuando Shakespeare escribió «¿Qué puede haber dentro de un nombre? / Si otro título damos a la rosa con otro nombre nos dará su aroma» quiso decir que la esencia de las cosas no depende de las etiquetas que les asignemos: llamar ciruela a una pera no le cambiará el sabor.

Los nombres, por supuesto, significan algo. A todos los niños se les advierte que no deben «decir palabrotas» a los demás, incluso cuando a quienes hacen la advertencia les gusta creer que las palabras, a diferencia de los palos y las piedras, no hacen daño. Se han eliminado, rechazado, puesto en duda y cambiado los nombres de generales de la guerra civil, expresidentes, de los Sackler (famosos por los opioides) y del equipo de fútbol americano de Washington D. C. Ninguna persona razonable hoy día adoptaría el nombre de Hitler (ni siquiera Adolf, si vamos al caso).

Los nombres son intensamente personales. Cuando una persona transgénero adopta un nuevo nombre, al nombre anterior se lo denomina «nombre muerto», el nuevo nombre representa a una nueva persona: la persona anterior y su género murieron, y nació otra con un nuevo género y el nombre nuevo.

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