BERLÍN – Con la muerte del ex canciller Helmut Schmidt a los 96 años, Alemania perdió esta semana a uno de sus gigantes. Schmidt fue ministro de Defensa de 1969 a 1972, ministro de Finanzas de 1972 a 1974 y Canciller Federal del país de 1974 a 1982. Nuestra época parece particularmente agitada, pero los años en que Schmidt gobernó Alemania no fueron nada tranquilos.
Su época fue la de la Ostpolitik y la détente, de la primera crisis mundial del petróleo, de la recesión económica, la estanflación y la vuelta a Europa del desempleo masivo. Su generación se enfrentó al flagelo del terrorismo interno y vivió la revolución en Irán, la invasión soviética de Afganistán y el surgimiento de Solidaridad en Polonia.
A Schmidt se le recuerda como un político pragmático, pero sobre todo por cómo resolvía de crisis exitosamente. Demostró su buen juicio y sus capacidades de liderazgo desde muy temprano cuando, como senador de la ciudad de Hamburgo, tuvo que afrontar la gran inundación de 1962 que devastó la ciudad. Schmidt reforzó su imagen pragmática con su consistente y declarado escepticismo ante grandes proyectos y visiones de largo plazo, aunque nunca renunció a sus creencias fundamentales de que sus objetivos políticos tenían una base moral. Por ello, no es sorprendente que su filósofo favorito fuera Karl Popper, con su enfoque pragmático basado en valores.
Sin embargo, la visión del mundo de Schmidt se vio también influida por otros factores: nacido en la mayor ciudad portuaria de Alemania, era un internacionalista comprometido, con un interés genuino en lo que sucedía más allá de nuestras fronteras. Como estudiante de Popper, y con los recuerdos y cicatrices de la catástrofe de la era Nazi, estuvo muy consciente durante toda su vida de las fortalezas y vulnerabilidades de nuestras sociedades abiertas.
Schmidt entendía que un político pragmático debía enfrentarse a los acontecimientos a medida que sucedieran y manejarlos de la forma más astuta posible. Pero entendía que los eventos cotidianos estaban condicionados por tendencias y fuerzas poderosas: la competencia estratégica entre Este y Oeste, el sistema financiero internacional y su evolución en la era de la interdependencia global, y las consecuencias de la descolonización. Fue uno de los primeros alemanes en darse cuenta del crecimiento de China y calcular las implicaciones de que Asia recuperara un papel de liderazgo en el escenario internacional.
Para Schmidt, toda acción política requería un profundo análisis previo. Detestaba particularmente los enfoques emocionales hacia la política exterior. No toleraba la estupidez e invariablemente actuaba según sus convicciones.
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Junto con el presidente francés Valéry Giscard d’Estaing impulsó el establecimiento del Grupo de los Siete para coordinar las políticas económicas internacionales y tuvo un papel de liderazgo en la primera cumbre del G-7 en Rambouillet en 1975. Ese mismo año, se sentó al lado del líder de Alemania Oriental, Erich Honecker, en Helsinki durante la firma del “Acta Final” de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, uno de los principales logros para la política de la détente y para la apertura de las sociedades cerradas de la URSS y el Pacto de Varsovia.
Las relaciones de Schmidt con el presidente estadounidense Jimmy Carter fueron difíciles, como lo han reportado muchas personas. Con todo, Schmidt fue siempre un firme defensor de una estrecha asociación trasatlántica, que consideraba como indispensable para la seguridad y la política exterior de Alemania. De hecho, su iniciativa para responder al desplegue de misiles nucleares soviéticos SS-20 de alcance intermedio, plan que describió en uno de sus principales discursos en 1977, estuvo motivada, sobre todo, por las inquietudes sobre una desvinculación potencial de Europa y su aliado estadounidense.
El compromiso de principios de Schmidt de la llamada Doble Resolución de la OTAN de 1979, según la que los misiles nucleares de alcance intermedio se eliminarían gradualmente de Europa, causó pesar en muchos miembros de su propio partido. No obstante, estaba basada en su análisis minucioso y sobrio de la evolución de la situación estratégica.
Por último, Schmidt fue un verdadero europeo. Había vivido el cataclismo que el nacionalismo extremo había provocado en Alemania. Era escéptico sobre las ideas del progreso irreversible. El cambio para mejorar solo podía darse mediante iniciativas prácticas, no discursos domingueros.
La integración europea tenía que crearse con políticas e instituciones reales, no por decreto. Así, él y Giscard crearon el Consejo Europeo (compuesto de los jefes de Gobierno de Europa), que es ahora uno de los actores principales de la estructura institucional de la Unión Europea. Promovieron la idea de la integración monetaria, que se concretó una generación después. Encarnaron el compromiso franco-alemán con una Europa unificada y pacífica, capaz de tener una influencia mundial, aunque solo cuando actúa con unidad y un fin.
Schmidt siguió siendo un mentor del pueblo alemán durante décadas después de haber dejado la actividad política. Las crisis internacionales, el orden mundial y el futuro de Europa siguieron siendo sus preocupaciones fundamentales y consideraba que su país tenía un papel y una responsabilidad para abordar y dar forma a los tres.
Su pensamiento tenía firmes bases normativas, pero su aguda comprensión de mundo lo llevó a enfocar la política internacional con un sentido de humildad y paciencia estratégica. Esa rara combinación de moralidad y perseverancia es su legado como pensador y actor de la política exterior. Sería bueno que conserváramos sus prioridades y principios en mente, ahora que ya no está para recordarnos que son necesarios.
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In the United States and Europe, immigration tends to divide people into opposing camps: those who claim that newcomers undermine economic opportunity and security for locals, and those who argue that welcoming migrants and refugees is a moral and economic imperative. How should one make sense of a debate that is often based on motivated reasoning, with emotion and underlying biases affecting the selection and interpretation of evidence?
To maintain its position as a global rule-maker and avoid becoming a rule-taker, the United States must use the coming year to promote clarity and confidence in the digital-asset market. The US faces three potential paths to maintaining its competitive edge in crypto: regulation, legislation, and designation.
urges policymakers to take decisive action and set new rules for the industry in 2024.
The World Trade Organization’s most recent ministerial conference concluded with a few positive outcomes demonstrating that meaningful change is possible, though there were some disappointments. A successful agenda of reforms will require more members – particularly emerging markets and developing economies – to take the lead.
writes that meaningful change will come only when members other than the US help steer the organization.
BERLÍN – Con la muerte del ex canciller Helmut Schmidt a los 96 años, Alemania perdió esta semana a uno de sus gigantes. Schmidt fue ministro de Defensa de 1969 a 1972, ministro de Finanzas de 1972 a 1974 y Canciller Federal del país de 1974 a 1982. Nuestra época parece particularmente agitada, pero los años en que Schmidt gobernó Alemania no fueron nada tranquilos.
Su época fue la de la Ostpolitik y la détente, de la primera crisis mundial del petróleo, de la recesión económica, la estanflación y la vuelta a Europa del desempleo masivo. Su generación se enfrentó al flagelo del terrorismo interno y vivió la revolución en Irán, la invasión soviética de Afganistán y el surgimiento de Solidaridad en Polonia.
A Schmidt se le recuerda como un político pragmático, pero sobre todo por cómo resolvía de crisis exitosamente. Demostró su buen juicio y sus capacidades de liderazgo desde muy temprano cuando, como senador de la ciudad de Hamburgo, tuvo que afrontar la gran inundación de 1962 que devastó la ciudad. Schmidt reforzó su imagen pragmática con su consistente y declarado escepticismo ante grandes proyectos y visiones de largo plazo, aunque nunca renunció a sus creencias fundamentales de que sus objetivos políticos tenían una base moral. Por ello, no es sorprendente que su filósofo favorito fuera Karl Popper, con su enfoque pragmático basado en valores.
Sin embargo, la visión del mundo de Schmidt se vio también influida por otros factores: nacido en la mayor ciudad portuaria de Alemania, era un internacionalista comprometido, con un interés genuino en lo que sucedía más allá de nuestras fronteras. Como estudiante de Popper, y con los recuerdos y cicatrices de la catástrofe de la era Nazi, estuvo muy consciente durante toda su vida de las fortalezas y vulnerabilidades de nuestras sociedades abiertas.
Schmidt entendía que un político pragmático debía enfrentarse a los acontecimientos a medida que sucedieran y manejarlos de la forma más astuta posible. Pero entendía que los eventos cotidianos estaban condicionados por tendencias y fuerzas poderosas: la competencia estratégica entre Este y Oeste, el sistema financiero internacional y su evolución en la era de la interdependencia global, y las consecuencias de la descolonización. Fue uno de los primeros alemanes en darse cuenta del crecimiento de China y calcular las implicaciones de que Asia recuperara un papel de liderazgo en el escenario internacional.
Para Schmidt, toda acción política requería un profundo análisis previo. Detestaba particularmente los enfoques emocionales hacia la política exterior. No toleraba la estupidez e invariablemente actuaba según sus convicciones.
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Junto con el presidente francés Valéry Giscard d’Estaing impulsó el establecimiento del Grupo de los Siete para coordinar las políticas económicas internacionales y tuvo un papel de liderazgo en la primera cumbre del G-7 en Rambouillet en 1975. Ese mismo año, se sentó al lado del líder de Alemania Oriental, Erich Honecker, en Helsinki durante la firma del “Acta Final” de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, uno de los principales logros para la política de la détente y para la apertura de las sociedades cerradas de la URSS y el Pacto de Varsovia.
Las relaciones de Schmidt con el presidente estadounidense Jimmy Carter fueron difíciles, como lo han reportado muchas personas. Con todo, Schmidt fue siempre un firme defensor de una estrecha asociación trasatlántica, que consideraba como indispensable para la seguridad y la política exterior de Alemania. De hecho, su iniciativa para responder al desplegue de misiles nucleares soviéticos SS-20 de alcance intermedio, plan que describió en uno de sus principales discursos en 1977, estuvo motivada, sobre todo, por las inquietudes sobre una desvinculación potencial de Europa y su aliado estadounidense.
El compromiso de principios de Schmidt de la llamada Doble Resolución de la OTAN de 1979, según la que los misiles nucleares de alcance intermedio se eliminarían gradualmente de Europa, causó pesar en muchos miembros de su propio partido. No obstante, estaba basada en su análisis minucioso y sobrio de la evolución de la situación estratégica.
Por último, Schmidt fue un verdadero europeo. Había vivido el cataclismo que el nacionalismo extremo había provocado en Alemania. Era escéptico sobre las ideas del progreso irreversible. El cambio para mejorar solo podía darse mediante iniciativas prácticas, no discursos domingueros.
La integración europea tenía que crearse con políticas e instituciones reales, no por decreto. Así, él y Giscard crearon el Consejo Europeo (compuesto de los jefes de Gobierno de Europa), que es ahora uno de los actores principales de la estructura institucional de la Unión Europea. Promovieron la idea de la integración monetaria, que se concretó una generación después. Encarnaron el compromiso franco-alemán con una Europa unificada y pacífica, capaz de tener una influencia mundial, aunque solo cuando actúa con unidad y un fin.
Schmidt siguió siendo un mentor del pueblo alemán durante décadas después de haber dejado la actividad política. Las crisis internacionales, el orden mundial y el futuro de Europa siguieron siendo sus preocupaciones fundamentales y consideraba que su país tenía un papel y una responsabilidad para abordar y dar forma a los tres.
Su pensamiento tenía firmes bases normativas, pero su aguda comprensión de mundo lo llevó a enfocar la política internacional con un sentido de humildad y paciencia estratégica. Esa rara combinación de moralidad y perseverancia es su legado como pensador y actor de la política exterior. Sería bueno que conserváramos sus prioridades y principios en mente, ahora que ya no está para recordarnos que son necesarios.
Traducción de Kena Nequiz