Reinventar la energía

NUEVA YORK ­– La economía mundial está siendo sacudida por precios energéticos marcadamente más altos. Mientras que unos pocos países exportadores de energía en Oriente Medio y otras partes recaudan ganancias gigantescas, el resto del mundo sufre como consecuencia de una suba del precio del petróleo a 110 dólares por barril y del carbón al doble.

Sin energía abundante y de bajo costo, cada aspecto de la economía global se ve amenazado. Por ejemplo, los precios de los alimentos están aumentando de la mano de los precios en alza del petróleo, en parte por los mayores costos de producción, pero también porque las tierras de cultivo en Estados Unidos y otras partes se están convirtiendo para pasar de producir alimentos a producir biocombustibles.

No existe ninguna solución rápida para los precios del petróleo. Los precios más altos reflejan las condiciones básicas de la oferta y la demanda. La economía mundial –especialmente China, India y otras partes en Asia- ha crecido rápidamente, lo que generó un pronunciado incremento en la demanda mundial de energía, especialmente para electricidad y transporte. Sin embargo, el suministro global de petróleo, gas natural y carbón no puede dar abasto fácilmente, a pesar de los nuevos descubrimientos. Y, en muchos lugares, el suministro de petróleo está declinando a medida que se agotan los campos petroleros.

La oferta de carbón es de alguna manera más amplia, y al carbón se lo puede transformar en combustible líquido para transporte. Sin embargo, es un sustituto inadecuado, en parte por el suministro limitado y en parte porque el carbón emite grandes cantidades de dióxido de carbono por unidad de energía y, por lo tanto, es una fuente peligrosa de cambio climático causado por el hombre.

Para que los países en desarrollo sigan disfrutando de un crecimiento económico rápido, y para que los países ricos eviten una crisis económica, será necesario desarrollar nuevas tecnologías energéticas. Se deben cumplir tres objetivos: alternativas de bajo costo para los combustibles fósiles, una mayor eficiencia energética y una reducción de las emisiones de dióxido de carbono.

La tecnología más prometedora a largo plazo es la energía solar. La radiación solar total que llega al planeta es unas 1.000 veces superior al uso de energía comercial del mundo. Esto significa que incluso una parte pequeña de la superficie terrestre de la Tierra, especialmente en las regiones desérticas, que reciben una radiación solar masiva, puede ofrecer grandes cantidades de electricidad para gran parte del mundo.

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Por ejemplo, las plantas de energía solar en el desierto Mohave de Estados Unidos podrían suministrar más de la mitad de las necesidades de electricidad del país. Las plantas de energía solar en el norte de Africa podrían suministrar energía para Europa occidental. Y las plantas de energía solar en el Sahel de Africa, justo al sur del vasto desierto de Sahara, podrían suministrar energía a gran parte de la zona occidental, oriental y central de Africa.

Quizás el único desarrollo más alentador en términos de eficiencia energética sea la “tecnología híbrida complementaria” para los automóviles, que puede triplicar el rendimiento de combustible de los nuevos automóviles en la próxima década. La idea es que los automóviles funcionen principalmente con baterías que se recargan todas las noches en la red de electricidad, con un motor híbrido a nafta como respaldo para la batería. General Motors podría tener una primera versión para 2010.

La tecnología más importante para el uso ambiental seguro del carbón es la captura y almacenamiento geológico del dióxido de carbono proveniente de las plantas de energía alimentadas a carbón. Esta “captura y secuestro de carbono”, o CCS, es necesaria de manera urgente en los países que más carbón consumen, especialmente China, India, Australia y Estados Unidos. Ya se han desarrollado tecnologías CCS clave; es hora de pasar de los proyectos de ingeniería de plantas de energía a la demostración real.

Para todas estas tecnologías prometedoras, los gobiernos deberían estar invirtiendo en ciencia y los costos elevados de las primeras etapas de prueba. Sin una financiación pública al menos parcial, la aceptación de estas nuevas tecnologías será lenta y despareja. De hecho, la mayoría de las tecnologías principales que hoy damos por sentadas –aviones, computadoras, Internet y nuevos medicamentos, para mencionar sólo algunas- recibieron un financiamiento público crucial en las primeras etapas de desarrollo e implementación.

Sorprende, y preocupa, que la financiación pública siga siendo escasa, porque el éxito de estas tecnologías podría traducirse literalmente en billones de dólares de producción económica. Por ejemplo, de acuerdo con los datos más recientes de la Agencia Internacional de Energía, en 2006 el gobierno norteamericano invirtió la magra cifra de 3.000 millones de dólares por año en investigación y desarrollo en el terreno de la energía. En dólares ajustados por inflación, esto representó una reducción de aproximadamente el 40% desde principios de los años 1980, y hoy equivale a lo que Estados Unidos invierte en su ejército en apenas un día y medio.

La situación es incluso más desalentadora cuando analizamos los detalles. La financiación del gobierno norteamericano de tecnologías de energía renovable (solar, eólica, geotérmica, oceánica y bioenergía) alcanzó un total de sólo 239 millones de dólares, o apenas tres horas de gasto en defensa. La inversión en captura y secuestro de carbono fue de apenas 67 millones de dólares, mientras que el gasto para una eficiencia energética de todo tipo (construcción, transporte e industria) fue de 352 millones de dólares.

Por supuesto, desarrollar nuevas tecnologías energéticas no es sólo responsabilidad de Estados Unidos. Es necesaria la cooperación global en tecnologías energéticas tanto para aumentar el suministro como para asegurar que el consumo de energía sea seguro para el medio ambiente, especialmente para prevenir el cambio climático causado por el hombre a partir del uso de combustibles fósiles. Esto no sólo sería bueno en términos económicos, sino también políticos, ya que podría unir al mundo en nuestro interés común, en lugar de dividirlo en una lucha amarga por la disminución de las reservas de petróleo, gas y carbón.

https://prosyn.org/esyCvg0es