Migrants rescued by Topaz Responder Andreas Solaro/Getty Images

La conectividad y el refugiado moderno

GINEBRA – El grupo de refugiados que conocí en esta misma época el año pasado estaba formado por personas que acababan de llegar. Habían huido de sus hogares en Siria, habían atravesado la mitad de Turquía y habían depositado sus vidas en las manos de una banda de contrabandistas de personas, quienes les prometieron hacerles llegar a Europa. A pesar de todo lo que habían soportado, uno de ellos me dijo después de aterrizar en la isla griega de Lesbos que durante toda su travesía plagada de peligros ellos únicamente habían entrado en pánico en una ocasión: cuando la señal de su teléfono móvil se desvaneció.

Esa señal, por débil que fuera, era el único vínculo que tenían los refugiados con el mundo exterior. Cuando se desvaneció – es decir, el momento cuando realmente no tenían forma de ponerse en contacto con familiares, amigos o con cualquier persona que pudiera ayudarles – se vieron envueltos por una sensación de aislamiento y miedo extremadamente intensos que ellos nunca antes habían sentido. Ese es un sentimiento que nadie debería tener que soportar nunca más.

Para la mayoría de las personas en el mundo industrializado – y para todos en la Reunión Anual del Foro Económico Mundial en Davos de este año – la conectividad es una realidad de la vida. Tenemos teléfonos móviles, tabletas y computadoras, y todos estos dispositivos están conectados a redes de banda ancha que son súper rápidas y aceleradoras. Si se añade a eso un número cada vez mayor de plataformas de redes sociales, y se puede decir que estamos siempre en contacto unos con otros. La información fluye tan libre e implacablemente, que en los hechos tendemos a preocuparnos más por la sobreabundancia de información que por la escasez de la misma.

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