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Jugar la carta racial en Estados Unidos es un error

LONDRES – La reciente matanza de El Paso (Texas), perpetrada por un joven blanco que poco antes había publicado una diatriba xenófoba cargada de odio, fue un llamado de atención hacia la afinidad retórica del presidente estadounidense Donald Trump con el supremacismo blanco. Una y otra vez, Trump insultó a mexicanos, afroamericanos y otros miembros de minorías étnicas. De los inmigrantes haitianos y africanos, dijo que vienen de “países de mierda”. El mes pasado les dijo a cuatro nuevas congresistas (Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib, Ayanna Pressley e Ilhan Omar) que deberían “volver” al lugar de donde vinieron. No hace falta decir que las cuatro son ciudadanas estadounidenses; y todas menos una (Omar) nacieron en los Estados Unidos.

Los partidarios republicanos de Trump niegan que sea un racista. ¿Quién sabe? Pero evidentemente está apelando a los peores instintos de sus seguidores, y estos son furiosos, vengativos, fanáticos y prejuiciosos en formas que sólo cabe describir como racistas. Atizando el odio, Trump espera movilizar votantes suficientes para obtener la reelección el año entrante.

El presidente tiene el cuidado de no incitar abiertamente a cometer actos de violencia. Pero muchos violentos sienten que sus palabras les dan licencia para hacerlo. Por eso la conducta de Trump es peligrosa y despreciable, y debe rendir cuentas por ella: merece que lo llamen racista. Algunos de sus críticos van incluso más allá: sostienen que la cuestión racial debería ser el tema central de la elección de 2020. Puesto que Trump apela a votantes blancos airados, la contraestrategia debería ser diversidad, antirracismo y exaltación de las minorías étnicas.

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