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Machismo político

NUEVA YORK – Hay áreas del mundo que están sufriendo erupciones de hipermasculinidad. El presidente de los Estados Unidos se presenta como una especie de cavernícola que se golpea el pecho, agarra a las mujeres “por el coño” y aúlla como un primate. Un profesor de psicología canadiense, Jordan Peterson, ha atraído incontables seguidores jóvenes hombres al decirles que se pongan derechos, luchen contra los blandengues liberales, reafirmen su autoridad masculina y reinstauren las viejas jerarquías sociales que, cree, son fuerzas de la naturaleza. Peterson es una versión ligeramente más refinada de otro gurú de la autoayuda, Julien Blanc, que causó escándalo hace unos años al afirmar que a las mujeres les gusta que las obliguen.

Erupciones como esas han ocurrido antes de un modo más políticamente tóxico. En Italia, entre las dos guerras mundiales Mussolini fue el centro de un culto a la masculinidad: el Gran Líder se plantaba en sus botas con las manos firmes en el cinturón de cuero, con el ceño fruncido, pavoneándose con su enorme mandíbula sobresaliente, dominando al pueblo italiano como si fuera una amante sumisa.

Otros líderes fascistas de Europa siguieron el ejemplo de Mussolini. Obsesionados por una sensación de decadencia nacional, de reblandecimiento de sus culturas, buscaron vigorizar a sus pueblos con muestras de masculinidad escénica. La descripción de Hitler de las Juventudes Hitlerianas describe este ideal de manera sucinta: “Rápidos como galgos, fuertes como el cuero y duros como el acero Krupp.”

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