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La política de la memoria nacional

MADRID – Durante una visita a Varsovia en 1970, el canciller alemán Willy Brandt se arrodilló ante el monumento al levantamiento del gueto; en ese momento, Władysław Gomułka (líder comunista de Polonia) susurró: “el monumento equivocado”. Gomułka hubiera preferido que se les rindiera homenaje a los soldados polacos caídos en la Segunda Guerra Mundial. Y probablemente el actual gobierno ultranacionalista de Polonia, liderado por el partido Ley y Justicia (PiS, por la sigla en polaco) estaría de acuerdo.

De hecho, el gobierno de PiS está tratando de reescribir el relato polaco de la Segunda Guerra Mundial (y no en un susurro) con una nueva ley que criminaliza toda mención de la complicidad de la “nación polaca” en los crímenes del Holocausto. Es razonable que a los polacos el uso de términos como “campos de exterminio polacos” les resulte ofensivo (eran campos dirigidos por alemanes situados en territorio polaco ocupado, y así hay que recordarlos), pero la nueva ley representa un peligroso intento de usar la historia como herramienta política.

El relato imperante en relación con el Holocausto es extremadamente frustrante para los polacos. No hay que olvidar que en la Segunda Guerra Mundial murieron tres millones de polacos católicos; y si Hitler hubiera ganado, Polonia habría desaparecido del mapa. Más de 6700 polacos (más que cualquier otra nacionalidad) han sido honrados por Israel con el título de “justos entre las naciones” por oponerse a los nazis y salvar a judíos.

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