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Hora de una gran cancelación de deudas

BOSTON – Los costos del pago de los más de 7,5 billones de dólares que las economías emergentes deben a acreedores externos se están volviendo cada vez más onerosos, justo cuando necesitan el mayor margen fiscal posible para confrontar la crisis de la COVID‑19. Pese a que hay sólidas razones para cancelar buena parte de esta deuda, muchos actores importantes se oponen a hacerlo, con el argumento de que limitaría el acceso futuro de esos países a los mercados internacionales y de tal modo reduciría la inversión y el crecimiento.

Pero en realidad, el sustento empírico de esta opinión es bastante débil. En vez de dar impulso sostenido a la inversión y al crecimiento, el efecto más probable de los flujos financieros internacionales en los mercados emergentes y en las economías en desarrollo es una mayor volatilidad. Aun así, hace mucho que en los ámbitos académicos y de formulación de políticas se da por sentado que las finanzas internacionales ayudan a las economías emergentes a crear instituciones más eficaces, por ejemplo, mediante el desarrollo del sistema bancario y de los mercados bursátiles. Quienes se oponen a la condonación de deudas también sostienen que los mercados emergentes necesitan la «disciplina» provista por los mercados internacionales de bonos, ya que la amenaza de fuga de capitales restringe el mal gobierno de autócratas y populistas.

Por eso durante la crisis de deuda europea se exhortó a los griegos a seguir pagando a los bancos extranjeros, para proteger su perfil crediticio. E incluso después del rechazo del electorado griego a las condiciones impuestas por la troika de acreedores institucionales (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), el gobierno griego de izquierda terminó llegando a un acuerdo, y la conclusión en muchos ámbitos oficiales fue que la disciplina de mercado había funcionado.

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