La innovación financiera va a la escuela

PARÍS – Este mes, en las Naciones Unidas se discutirá un informe de alto nivel sobre las prioridades globales de desarrollo para la etapa que comenzará en 2015 al llegar a su término los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Una de las prioridades que los líderes mundiales asumirán será la calidad de la educación.

Mientras que la situación mundial en materia de salud (una cuestión clave dentro de los ODM) ha mejorado drásticamente estos últimos años, los avances en educación no han sido ni remotamente tan satisfactorios. Esto se debió a muchos motivos, entre ellos: que las inversiones en educación son muy complejas; que la gobernanza internacional es deficiente; y (por supuesto) que falta dinero. Por ejemplo, las tres instituciones más grandes del mundo dedicadas a la financiación de iniciativas sanitarias (el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria, la Alianza GAVI y UNITAID) habrán invertido de aquí a 2015 más de 55.000 millones de dólares, de los que unos siete mil millones habrán surgido de mecanismos de financiación innovadores, por ejemplo, bonos para vacunas, impuestos a las aerolíneas y programas de intercambio de deuda.

Pero a pesar de que hay pruebas concluyentes de su impacto socio‑económico positivo, la educación (especialmente, en los niveles preescolar y primario) padece de subinversión crónica. La Alianza Global para la Educación (AGE) lleva recaudado menos del 10% de la cifra destinada a la salud mundial, y no han surgido todavía innovaciones importantes en materia de financiación. Habiendo casi mil millones de niños sin acceso a educación de buena calidad, la necesidad de contar con más fondos es evidente.

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