Parlamentos y Pactos

JOHANNESBURGO – En la reciente 17° Conferencia de las Partes (COP-17) de las Naciones Unidas que se celebró en Durban, Sudáfrica, se logró renovar el Protocolo de Kyoto, cuyo objetivo es reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Sin embargo, la reunión puso de relieve los dos principales problemas de las negociaciones ambientales internacionales. El primero, el escepticismo no científico, afecta al segundo, el fracaso de las acciones colectivas. En última instancia, sólo los órganos legislativos tienen las facultades para subsanar ese fracaso.

El escepticismo sobre la necesidad de actuar en favor del medio ambiente surge de la relación entre la degradación ambiental y el ingreso per cápita. Según la curva medioambiental Kuznets (EKC, por sus siglas en inglés), la degradación y la contaminación aumentan vertiginosamente en las primeras etapas del crecimiento económico. No obstante, después de determinado umbral de ingreso per cápita, la tendencia se invierte: a niveles de ingreso elevados, el crecimiento económico guarda una correlación con el mejoramiento ambiental, lo que conduce a la conclusión discutible de que tal vez se puede obtener un crecimiento sostenible sin abandonar las prácticas habituales (mantener los niveles de emisión).

Algunos países basan en esta teoría su renuencia a comprometerse a participar en el segundo período del Protocolo de Kyoto. Pero evidentemente es errónea. Los Estados Unidos siguen teniendo los niveles de emisión per cápita más altos del mundo, con 19 toneladas de CO2 por persona al año, aun cuando el ingreso per cápita anual medio en el país, de 42,385 dólares, también es de los más elevados del mundo. Obviamente, la riqueza por sí misma no garantiza la reducción de las emisiones de CO2.

https://prosyn.org/S8sYimVes