45dabb02f863877419636a00_pa2599c.jpg Paul Lachine

Dolor sin sentido

BERKELEY – Tres veces en mi vida (hasta ahora) llegué a la conclusión de que mi entendimiento del mundo era sustancialmente erróneo. La primera vez fue después de la sanción en 1994 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), cuando el flujo de finanzas a México para construir fábricas para exportar al mayor mercado de consumo del mundo se vio arrollado por el flujo de capital dirigido a Estados Unidos en busca de un clima de inversión más amistoso. El resultado fue la crisis del peso mexicano más avanzado ese año (que, como subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, tuve que ayudar a contener).

Mi segunda epifanía llegó en el otoño e invierno de 2008, cuando se tornó evidente que los bancos grandes no tenían control ni sobre su apalancamiento ni sobre sus libros de derivados, y que los bancos centrales del mundo no tenían ni el poder ni la voluntad de mantener una demanda agregada frente a la enorme crisis financiera.

El tercer momento es ahora. Hoy enfrentamos un déficit de demanda nominal del 8% en relación a la tendencia previa a la recesión, ningún indicio de controlar la inflación y tasas de desempleo en la región del Atlántico Norte que son al menos tres puntos porcentuales más altas que cualquier estimación creíble de la tasa sostenible. Y aún así, aunque los políticos que no logran salvaguardar el crecimiento económico y un nivel de empleo alto tienden a perder la próxima elección, los líderes en Europa y Estados Unidos están clamando para implementar políticas que reducirían la producción y el empleo en el corto plazo.

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