Nuestro futuro energético

En lo relativo a la energía, todo parecía sencillo antes de la guerra del Iraq. Los Estados Unidos derribarían a Sadam, se daría rienda suelta a las inmensas reservas de petróleo del Iraq al cabo de un corto período de reconstrucción y los precios mundiales del petróleo se reducirían por debajo de 20 dólares por barril. En cambio, los precios mundiales del petróleo se han puesto por las nubes: 35 dólares por barril. Así, pues, no es de extrañar que se esté prestando una nueva atención a los suministros energéticos. Pero el mensaje fundamental es claro: las modalidades energéticas actuales entrañan riesgo y deben cambiar.

Dos cuestiones energéticas interconectadas configurarán nuestro futuro económico y geopolítico en los próximos decenios. La primera es la de que la dependencia del petróleo del Oriente Medio resulta cada vez más peligrosa. Nadie sabe cuánto petróleo queda y cuánto costará extraerlo, pero el punto máximo de producción mundial de petróleo probablemente se alcanzará en algún momento del próximo cuarto de siglo, tal vez en los próximos años incluso. Las reservas de petróleo restantes estarán concentradas en el inestable Oriente Medio.

Entretanto, la demanda energética mundial aumentará vertiginosamente con el crecimiento de las economías de China, la India, el Brasil y otros países. Si el Oriente Medio está ya en el límite, imagínese lo que podría suceder si la competencia por el petróleo del Oriente Medio se ntensificara entre los Estados Unidos, Europa, China, la India, el Japón y otros.

La segunda gran amenaza es la de que nuestro sistema energético moderno está desestabilizando el clima mundial. El petróleo y otros combustibles fósiles (el carbón y el gas natural) están causando cambios a largo plazo en el clima mundial, pero pocos son los que aprecian los riesgos.

Hay tres problemas en gran medida no reconocidos:

· el cambio climático variará todos sus aspectos, como, por ejemplo, la temperatura, las precipitaciones y las configuraciones de las tormentas, además de provocar cambios transcendentales en el medio físico, como, por ejemplo, el aumento del nivel del mar y cambios en la química de los océanos. Los efectos son imprevisibles, pero probablemente serán enormes desde el punto de vista de la producción de cosechas, las enfermedades, los costos y la disponibilidad de riego y agua potable, la erosión de las costas y demás;

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· el cambio climático podría no ser gradual. La larga historia del cambio climático muestra los riesgos de cambios espectaculares y abruptos a lo largo de unos pocos decenios;

· los seres humanos podrían reaccionar mal ante semejantes cambios, porque los cambios en los ritmos de los monzones o en los niveles del mar y la consiguiente penuria económica podrían provocar disturbios políticos, movimientos de refugiados y conflictos violentos en gran escala.

Esas amenazas -escasez del petróleo, aumento de la inestabilidad en el Oriente Medio y cambio climático- requieren un pensamiento claro. Algunos alarmistas declaran que debemos reducir drásticamente la utilización de la energía a escala mundial, cosa que socavaría la economía mundial. Las eficiencias en la utilización de la energía son posibles, pero no pueden resolver ni el problema de los suministros de petróleo a largo plazo ni el del cambio climático.

Otros declaran que debemos acabar con el hábito de los combustibles fósiles y ponernos en seguida a usar las fuentes energéticas renovables, como, por ejemplo, la energía solar y la eólica. Ahora bien, esas opciones substitutivas son caras y no es realista creer que pueden substituir los combustibles fósiles.

Por fortuna, si planificamos a escala mundial y a largo plazo, podemos abrirnos paso por entre esas amenazas. Nuestros objetivos deben ser suministros fiables de energía que resulten medioambientalmente inocuos y a precios asequibles.

Se trata de dos ideas decisivas. Primera, debemos reconocer que, aun cuando el petróleo llegue a escasear, otros combustibles fósiles, como, por ejemplo, el carbón y el gas natural y fuentes no tradicionales, como, por ejemplo, las pizarras y las arenas de alquitrán, seguirán siendo abundantes durante siglos. Nuestro objetivo debe ser el de desarrollar las tecnologías y las infraestructuras para que se puedan utilizar esos otros combustibles fósiles de forma eficiente e inocua.

Ya existen procesos químicos, por ejemplo, para convertir el carbón en gasolina. También se puede convertir el carbón en hidrógeno, si optamos por seguir la vía de una economía basada en el hidrógeno, en la que células de combustible propulsadas por hidrógeno substituyan el motor de combustión de los automóviles. No se sabe si la economía del hidrógeno será rentable.

Segunda, cuando aumente la utilización de esos otros combustibles fósiles al estancarse o empezar a disminuir la producción de petróleo, se deberán mantener controlados los efectos de dichos combustibles en el clima. La forma medioambientalmente racional de utilizarlos en el futuro entrañará la captación del dióxido de carbono en la central eléctrica antes de que se expulse a la atmósfera y su posterior eliminación enterrándolo de algún modo. Algunos de los ingenieros más importantes del mundo están dedicados a la investigación de ese proceso, llamado "captura y eliminación del carbono".

Nuestra energía futura no dependerá de una sola solución, sino de una diversidad de fases: exploración y desarrollo de nuevas fuentes de petróleo, en particular fuera del Oriente Medio; aumento de la eficiencia energética; desarrollo a largo plazo y adopción de nuevas fuentes energéticas renovables y utilización medioambientalmente inocua de combustibles fósiles substitutivos, como, por ejemplo, el carbón. El rumbo actual -en el que no nos ocupamos de la futura escasez de los suministros mundiales de petróleo, dependemos demasiado del petróleo del Oriente Medio y no tenemos en cuenta las consecuencias medioambientales de los combustibles fósiles- está llegando a un atolladero. La realidad nos alcanzará.

Entonces; ¿cómo adelantarnos con el pensamiento? Los mayores usuarios mundiales de energía, empezando por los Estados Unidos, Europa, China, el Japón y la India, deben acordar medidas colectivas para desarrollar nuevas tecnologías con vistas a la captación y el almacenamiento del carbono y para el desarrollo y la utilización asequibles de fuentes energéticas substitutivas. Debemos velar por que los precios de mercado para la utilización de la energía reflejen los verdaderos costos sociales de su utilización a fin de que los usuarios y los proveedores de energía adopten la decisiones mejores en materia de eficiencia energética, desarrollo de fuentes energéticas substitutivas y adopción de tecnologías medioambientalmente inocuas.

https://prosyn.org/XfVBAlqes