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Buena gente, malos juicios

NUEVA YORK – Vidkun Quisling, el líder fascista de tiempos de guerra de Noruega cuyo nombre se ha convertido en sinónimo de colaboración con el mal, vivía con su esposa en una residencia bastante ostentosa en las afueras de Oslo. Esa vivienda hoy es el Centro Noruego para Estudios del Holocausto y las Minorías Religiosas, una buena transformación para un lugar viciado.

A comienzos de este año, visité el centro para una exhibición fascinante sobre la primera constitución independiente de Noruega promulgada en 1814. Era un documento remarcablemente iluminado y progresista, redactado por académicos ilustrados, plagado de historia, derecho y filosofía. Algunos eran expertos en los clásicos griegos, otros en hebreo antiguo; todos eran lectores entusiastas de Kant y Voltaire.

Existe, sin embargo, una cláusula extraordinaria: el Artículo II proclama la libertad de religión en el estado luterano, con la advertencia de que "a los judíos se les prohibirá el ingreso al Reino". Esto era peculiar, inclusive en aquel momento. Napoleón, derrotado ese mismo año, había garantizado los derechos civiles para los judíos en los países que había conquistado. Y apenas antes de que la cláusula ingresara en el derecho noruego, el rey de Dinamarca había otorgado la ciudadanía a judíos en su reino.

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