Populismo sin el pueblo

PRINCETON – La victoria por muy poco margen de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales de Venezuela plantea una cuestión importante (independientemente de la planteada por la oposición de si Maduro ganó de verdad las elecciones): ¿puede prosperar el populismo sin un dirigente carismático y genuinamente popular o hay movimientos como el chavismo condenados aquedar reducidos a la insignificancia, una vez que han perdido a sus dirigentes convertidos casi en deidades?

Para muchos observadores, el populismo es inconcebible sin un vínculo fuerte y directo entre un dirigente antisistema y los ciudadanos que se sienten desatendidos por los partidos políticos principales. Sin embargo, se ha sobreestimado enormemente el papel de los dirigentes en el populismo. De hecho, dada la importancia del este último como fenómeno político, hay que discutir esa opinión, junto con otras dos: la de que el populismo es en cierto modo un llamamiento en pro de la democracia directa y la de que los populistas sólo saben protestar, pero nunca gobernar.

El populismo, a diferencia, por ejemplo, del liberalismo o del marxismo, no es un corpus coherente de ideas políticas, pero tampoco se puede definirlo simplemente como cualquier movimiento político que halaga a las masas promoviendo propuestas políticas simplistas. Si bien los populistas pueden ser particularmente propensos a propugnar soluciones facilonas, no tienen precisamente el monopolio de esa táctica. Además, la impugnación de la inteligencia y la seriedad de los populistas sólo juega a su favor: ved –responderán– como las arrogantes minorías establecidas desechan el sentido común del pueblo.

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