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El luto se conecta

PALO ALTO – Mi querida amiga Kris Olson falleció la semana pasada. No ocurrió después de una larga enfermedad, ni siquiera en un accidente de carretera. Simplemente se fue a dormir una noche, y ya estaba muerta cuando su hijo intentó despertarla en la mañana. Sin drama, sin despedidas… así de simple.

Supe la noticia dos días después por correo electrónico a través de mi hermano, que se había enterado por un amigo. Luego recibí un par de correos electrónicos de otros amigos que reenviaban mensajes de personas que ni siquiera conozco, con cc: a algunos nombres algo más familiares. Llamé a un amigo, que me contó unos pocos detalles: el esposo de Kris no estaba en casa, pero se apresuró a viajar de regreso. Y no, no hubo la menor advertencia, ni la más mínima señal. Ningún problema de salud, excepto que unos años antes se había roto un brazo al intentar coger un balón de fútbol.

Tuve que tener esas conversaciones para convencerme de que Kris ya no estaba entre nosotros. Y luego, esos mensajes electrónicos que confirmaban la noticia. La había visto por última vez apenas hacía un mes: viva y vibrante, como siempre. Fuimos a lo de su peluquera, donde conversamos de esto y lo otro mientras nos cortaban el cabello. Después nos fuimos de compras al centro comercial de Stanford y almorzamos una sopa. Tuvimos que sentarnos afuera en un día inusualmente frío, pues los restaurantes estaban todos llenos.

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